Antes quizá tenía su gracia ir a comer sushi, lo difícil era encontrar un restaurante, daba lo mismo bueno que malo porque no había y encima te sacaban lo ojos... Ahora son como Caixas en Barcelona, como setas, te tropiezas con un japonés -restaurante, se entiende, aunque también- en cada esquina.
Ha perdido toda la gracia. Ya no me río, más bien lloro. En las últimas semanas he metido más arroz en mi cuerpo del que quisiera. Cualquier nutricionista haría de mí el ejemplo perfecto de lo que no hay que hacer. Y no ha sido por voluntad propia, creedme.
Me planté hace unas semanas -"nunca más, o por ahora, sushi"- y toma y dale, cada cena en un japo, eso sí, dentro de poco seré el experto mayor del reino -si sobrevivo-. Incluso ayer, que cené con una familia, fue un japo el elegido. Y pensé yo "qué modernos" y yo que quería comer una ensaladita con una tortilla francesa... y ahí que el arroz volvió a mi cuerpo.
Y me gusta, no diré que no. Me encanta -aún ahora-. Pero, como dice mi madre, "en el medio está la virtud", no tanto ni tan calvo. Además, ahora me he vuelto sibarita.
Mira que me pasé años buscando restaurantes japoneses y ni rezando a Santa Paula. Será que tanto usar santos para deseos mundanos, Dios me ha castigado. Tened cuidado con lo que deseais, hijos míos. Esto me recuerda a la película de los pecados capitales. Que la gamba me la pongan en el cuello, por favor.
La próxima vez, tendré cuidado. Menos mal que no quería cocido madrileño... ¡Doy gracias a quien haya que dárselas!
Primera persona
Hace 12 horas