viernes, 20 de noviembre de 2009

Palomitas



He aquí tres buenas películas.
Eva al desnudo, para admirar. Increible Bette Davis. Sin palabras. Una de las mejores películas que he visto.
El imaginario del Doctor Parnassus, para sorprenderse. Buenos actores, buena historia. Pasen y vean.
New York I love you, para recomponer los trozos. La mejor, el hotel con sus violetas. Elegancia.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Aventuras italianas

EL PEDORRO

Siempre me he preguntado qué enfermedad es la que hace que los aeropuertos parezcan un hervidero a las 6 de la mañana. Ahora ya lo sé, los pringados como yo que acarrean sus maletas y las bolsas de sus ojos mientras arrastran los pies perdidos en un mar de luces y demasiada claridad para horas tan tempranas. Así iba yo esta mañana por la nueva terminal del aeropuerto de El Prat. Nadie pensó en nosotros, los recién levantados, apenas sin energía ni café en las venas que nos haga soportar tanta lucecita puteona. He de reconocerlo; si no consigue despertarte ya nada lo hará, o bien despierta tus más bajos instintos, lo que contribuye a crear esa “mágica” atmósfera de buen rollo tan común en los aeropuertos. (Aprovecho para cagarme en la madre que parió al que ideó la terminal nueva de Barcelona, los suplementos extras de los taxis para llegar hasta allí y los dos buses cada hora que unen ambas terminales).

Me voy por los cerros de Úbeda. A lo que iba. Mi primera vez volando con Alitalia y mi primera vez en Turín. Experiencias ambas cuando menos curiosas.

Entrar en el avión de Alitalia ha sido una regresión en el tiempo. De repente me he encontrado con un estrecho pasillo y unos asientos forrados de verde aceituna al más puro estilo “Cuéntame”. Un mini avión que a duras penas conseguía escondernos su miedo, tembleque por aquí y por allá, miedoso él hasta que ha posado sus ruedas en el asfalto.

No éramos muchos los pasajeros, pero hete ahí que mi imán hacia los personajillos volvió a atraer a mí un nuevo espécimen. Un tipo rechoncho y con un moreno tirando a roñoso, pelo negro tipo tinte, sonrisa inexistente y ojos qué bien podrían ser los de un borrico. El buen hombre ocupaba su asiento y la mitad del otro, menos mal que uno bebió poca leche cuando era pequeño y no estiró todo lo que debía. Para empezar, el mamarracho quería quitarme la ventanilla, ni hablar del peluquín, dónde voy yo a echar una cabezadita si no (su hombro, ¡descartado!). Le hago levantarse y farfulla algo así como que él quería ventanilla. Claro, y yo una jirafa morada.

Me siento y empieza a darme palique el cazurro. Le sonrío con esa sonrisa que uno pone sabiendo que nadie se la cree. Ésa que dice lo que no dicen las palabras. Ésa con la que nada más verla debería hacerle callar. Sus ojos de borrico no le dejan ver más allá, sigue el tipo dale que te dale. Abro mi libro y nada. Dejo de contestarle y tampoco, igual era sordo (gordo ya lo era). Opto por girarme y mirar por la ventanilla y se ve que el hombre se quedó con ganas de ventana y de repente noto su aliento pestilento en mi nuca. Ahí estaba, asomado por encima de mi hombro; ahí estaba yo viendo uno de los amaneceres más bonitos con el botarate cual loro de colores posado en mí. Bonito amanecer, por cierto. He aprendido a abstraerme.

Ahí no acaba la cosa, el tarugo se tira un señor pedo, un pedo de los peores, de los que no suenan pero huelen a cuerno frito. No sólo uno sino dos, ¡estaba podrido el tío! Empiezo a echar colonia como un poseso y a hacer aspavientos; le entra un ataque de tos y me mira furibundo mi compañero. Le contesto de igual manera, diálogo de orangutanes midiendo fuerzas, espero que conociera la historia de David y Goliat. Finalmente le digo “¿pero tú no hueles mal, como si “alguien” se hubiera tirado un pedo?”, yo con la mano en la nariz intentando no aspirar su fabada del día anterior. Y va el pedorro y me dice, “sí, sale del aire acondicionado”. Más ancho que largo que se ha quedado. Debería haberle contado entonces lo de que los niños vienen de París traídos por una cigüeña y la historia de las abejitas y las flores. “No, es que “alguien” se ha tirado un pedo por aquí, muy cerca”. Se encoge de hombros y me pregunta a ver si dan café. Y yo qué narices sé, ¿tengo cara de azafato? Anda y váyase a cagar que buena falta le hace…

Aún así, el viaje mereció la pena, increíble amanecer. Me acordaba yo de lo que decía mi padre el otro día, el misterio de volar. En realidad, volar no es natural para los seres humanos. Es natural correr, incluso saltar, todo lo que vaya por tierra, pero volar… nosotros que nacimos desplumados y “des-alados” (así, con guión que si no parecemos sosos, aunque más de uno lo sea). Lo dicho, increíble saberse por encima de las nubes aún habiendo nacido para cultivar zanahorias y cazar liebres.

PRIMERAS IMPRESIONES DE TURÍN

En éstas que llego a Roma para hacer escala. Ni rastro de mi vuelo en ninguna de las pantallas. Pregunto a un tipo que tiene uno de esos coches en los que se traslada a los inválidos, cojos, ciegos y demás. Le pregunto y, de repente, me veo subido en esa especie de carrito de golf para lisiados, a toda leche camino de la B9 sin saber si ésa es mi puerta o no. Como en un atasco, “abuelaaaa, quítese que molesta”, “pero hombre, ¡¡ese carrito!!”. Entre bocinazo y bocinazo, llegamos y me deja ahí sorprendido y medio partido de la risa. Debería haberme hecho el cojo al bajar, he andado lento ahí. Esas cosas no me pasan a mí. Para solucionarlo, ahí estaba Murphy, mi colega el del buen rollo. La puerta había cambiado y ahora era la B26. Intento buscar a mi benefactor pero sólo quedaba una nube de polvo y un par de ancianos al borde del ataque al oír sus gritos.

Lo consigo. Me siento en el avión, respiro y, ahora sí, disfruto de un vuelo sin ningún pedorro a mi lado. Gloria bendita. Ahora soy yo el que tiene ganas de tirarse un señor pedo, poner cara de inocencia (tengo mi práctica) y decir que hay que revisar el aire acondicionado.

Turín, increíbles vistas ya desde el aeropuerto, con sus montañas recién nevadas, sus colores otoñales propios de revista de fotografía… ¡Llegué!

Cojo un taxi cuyo taxista parecía normal. En seguida empieza a hacer adelantamientos imposibles, a quemar la bocina ya ronca de tanto uso y a acordarse de la familia de todos los que le rodean. “Ma qué cosa” le oigo decir mientras suelta el volante para hacer ese gesto tan italiano que ha estado a punto de acabar con nuestras vidas. Casi veo la luz al final del túnel, me he acordado de cuando era pequeño, del colegio, de la universidad… todo en menos de 2 segundos. La muerte venía hacia nosotros. Creo que se lo enseñan en la autoescuela, ha tomado el control del coche de nuevo entre aspavientos, gritos y movimientos irrepetibles de manos y brazos, el hombre orquesta.

Me da tiempo a ver las vistas, por aquello de no pensar en que no quiero morir joven. Fijé mi mirada en el paisaje. Precioso.

Mi primer día en Turín y como en un restaurante que tiene buena pinta, en la que todos me dicen “¿español?” y luego se ríen. Me entran ganas de decirles "español sí, pero ni sevillano ni tonto", yo nunca he sido gracioso. Me dan el menú y pienso que pido rissotto de setas y carpaccio de buey y como rissotto de algo rosa tipo carne y algo morado tipo vegetal (que ni uno ni lo otro, las apariencias engañan) y carpaccio de pulpo. Pido un chocolate de postre, exactamente “como el café pero sólo chocolate”, y me acabo bebiendo un mitad café mitad chocolate con espuma.

Gran ciudad Turín, mañana iré a ver el centro. Andando. En bus. En autostop. Pero no en taxi.

martes, 10 de noviembre de 2009

Endivias envidiosas

Da gusto tener un mercado al lado de casa, realmente se podría escribir un buen guión, e incluso un gran libro, con todo lo que pasa ahí. me pregunto si cuando uno entra a trabajar en un puesto o pone un negocio en un mercado, le dan un curso sobre las mejores maneras de decir "al rico pescado" y cómo llamar corazón al más pintado. ¿Me da unas endivias? Claro, mi vida, unas "envidias" para el niño. Sí, por favor, una bandeja. Aquí están corazón, una buena bandeja de "envidias". Pensé que estaba de coña. No, no estaba de coña. En un mundo donde las endivias son "envidias", ¿supongo que las albóndigas serán "almóndigas"? Parte del encanto. Se entrenan cada día, estoy seguro; a la vez que se ponen sus delantales, les posee algún tendero de los años 80. No creo que puedan evitar gritar de puesto a puesto. Alma gitana. Me gusta.

Ya tengo mis "envidias", mis acelgas, mis zanahorias, mis tomates... todo de "primerísima calidad" y "recién traido de la huerta para ti, rey". Con lo que a mí me gusta que me llamen rey moro. Siempre me imaginé a mi mismo con una armadura reluciente, blandiendo una espada, encima de un caballo negro azabache.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Somnolencia

Tengo sueño.
Tengo mucho sueño.
Me duermo por las esquinas.
Se me cae la cabeza encima del teclado.
Qué coño hago trabajando un domingo.
Z Z z z Z z Z Z Z z z

domingo, 1 de noviembre de 2009

Ese finde ha llegado

Una llamada y oir tu voz después de tanto, la castañada, un desayuno con periódico, un despertar sin alarmas y un día con dos siestas, la disco de salsa... Hacía tiempo que esperaba este finde. He descubierto que me gustan los boniatos. Y que soy incapaz de bailar salsa. Aunque eso ya lo sabía.