martes, 28 de abril de 2009

Gran Torino


Éste es el ejemplo de cómo un mal doblaje puede cargarse una película y, si no lo hizo, a punto estuvo. Gran Torino me pareció una buena película que se quedó en la mitad por varias razones. La primera, y la más importante, el pésimo doblaje al castellano (esto me pasa por no haberla visto en versión original, por vago). Ahí se perdieron los múltiples acentos de un barrio multicultural. La segunda razón sería que la relación entre el veterano y "los jamones" vecinos no estaba, en mi opinión, suficientemente desarrollada como para tener una línea lógica: del odio al amor en menos de un segundo. Claro que es lo que tienen las películas; un tiempo limitado. Otra razón es el aire de Al Salir de Clase de los actores jóvenes que rodean a Clint Eastwood, algo que probablemente sea consecuencia del doblaje, así que no resta puntos pero que sí es un comentario al margen. Por último, y algo que me sorprendió, fue ver en el dios de los vaqueros la misma cara durante toda la película. Esa cara que tantos éxitos le dió en su etapa en el lejano Oeste y en tantos otros filmes. Quizá sea su estilo, hacía mucho que no veía una película suya, pero, la verdad, es curioso como no se le mueve ni una ceja o, peor, se le mueve siempre la misma. La cara de soy-un-tipo-duro-pero-leal-hasta-la-muerte no me convenció en este contexto. Lo que me sorprendió es que, después de todo, la película me gustó. Me gustó el argumento, aunque no me convenciera del todo cómo estaba desarrollado. En el fondo, hasta me gustó Eastwood y su cara de mármol; puede que, al fin y al cabo, ahí esté su gracia. Me gustó también que, a pesar de los pesares, sí que transmite. Entonces me queda la duda de si una película es buena por lo que transmite o por cómo está llevaba. Supongo que una mezcla de los dos. Mi nota para Gran Torino es de un 6,5; no sale tan mal parada por el beneficio de la duda que le doy al pensar que en versión original puede llegar a mucho más.
*Lo mejor de la película, la compañía, por cierto.

sábado, 25 de abril de 2009

miércoles, 22 de abril de 2009

EL BUEN MOMENTO

Aquel momento que flota
nos toca con su misterio.
Tendremos siempre el presente
roto por aquel momento.

Toca la vida sus palmas
y tañe sus instrumentos.
Acaso encienda su música
sólo para que olvidemos.

Pero hay cosas que no mueren
y otras que nunca vivieron.
Y las hay que llenan todo
nuestro universo.

Y no es posible librarse
de su recuerdo.
- José Hierro -
Siempre me quedará la espina de no haberte acompañado a fumar ese último cigarro.

martes, 7 de abril de 2009

On the Road V - Síndrome de Estocolmo

Soy un prisionero del trabajo. Llegué incluso a mandar un mail a la 1 y media de la madrugada; había vuelto de cenar y se me ocurrió encender el ordenador, craso error. No disfruto de fines de semana básicamente porque trabajo todos los días de la semana. Sigo el sistema americano, así que hasta que cumpla 3 años en la empresa no tendré más que dos semanas de vacaciones al año, luego tres y así hasta que llegue a las 4 semanas cuando lleve más de 10 años. Por supuesto, esas dos semanas no me las puedo coger en agosto ni en Navidades, ni Semana Santa... vamos que es probable que me vaya de vacaciones con Max, mi amigo invisible. Lo pasaremos bien. Vivo en España pero no puedo cogerme las fiestas españolas... pero tampoco las americanas. No tengo tarjeta de crédito corporativa porque no tengo cuenta bancaria americana. Tardé mes y medio en empezar a cobrar la nómina y 3 meses en que me devolvieran los gastos de viajes. No conozco personalmente a casi nadie de la empresa porque, como es año de crisis, se ha suspendido la reunión anual en Estados Unidos. Mi móvil echa humo. Desayuno, como y ceno con la gente del curro. A veces también vamos de fiesta. Mi oficina varía desde una habitación de un hotel a un vestuario "acondicionado", e incluso he llegado a trabajar en baños. Aeropuertos, hoteles y pabellones son para mí mi hábitat natural desde hace algunos meses. Esta mañana he vuelto a llamar "casa" a un hotel. Mi ropa va de la maleta a la lavadora y de la lavadora a la maleta; no conoce armario. El portátil ya es una extensión tanto de mi hombro como de mis dedos.

A pesar de todo esto, estoy contento. Feliz. Me gusta mi trabajo. Leo todo esto, así de corrido, y lo que más me preocupa es que siga feliz. No siento que esté explotado como me dicen que estoy. Me gusta el trabajo y, en general, me gusta la gente con la que trabajo. No tengo tiempo libre como lo habría entendido hace 3 meses pero no tengo que estar 8 horas en una oficina. Al margen de quejas puntuales, estoy contento por la cantidad gente diferente que estoy conociendo, todas las ciudades que estoy visitando, lo que estoy aprendiendo... Entre otras cosas positivas, dentro de poco tendré la Iberia Plus oro, seré cliente VIP de las cadenas hoteleras y me harán la ola en Movistar. También es verdad que ahora me moriría si tuviera que volver a estar encerrado en una oficina todo el día. Tengo libertad: salgo y entro cuando quiero y cada día es diferente. Todos estamos en lo mismo, así que al final es verdad que somos como una gran familia y los tiempos para coger confianza con la gente se acortan.

Puede que tenga Síndrome de Estocolmo. Y qué si lo paso bien.

La Semana Santa... ese oasis entre las Navidades y el verano... me la he pasado en Andorra trabajando. Ha sido un infierno en cuanto a problemas; uno no sabe lo tercermundista que es este país hasta que trabaja allá. Atrapado en Andorra, un país cuyas leyes dependen de a quién conozcas, donde sólo se puede esquiar, comprar, ir a un balneario y donde todos los restaurantes cierran cocina a las 10 y media. Una semana allá... sin madrugar -porque ésta es otra de las ventajas de mi trabajo: no madrugo-, sin gastar un duro -todo por cuenta de la empresa... ¡Incluso pude esquiar un día e ir al Spa! No me quejo. Dicen que esto es una droga y que, una vez probado, uno no puede dejarlo. Estoy empezando a sentir los efectos. Y me gustan.

Siguiente parada: Tenerife. Quién sabe si en un tiempo no muy lejano no estaré en Costa Rica o en Guatemala. No será porque no me lo avisaron. La última señal llegó hoy. Y sigo feliz y lo seguiré si así fuera.

domingo, 5 de abril de 2009

Atardecer en Galicia

Imagínate una semana sin tener que leer el mail. Con el móvil a medio gas. Leyendo el periódico por las mañanas. Tomando el aperitivo en la terraza al caer la tarde. Jugando a las palas. Un buen libro. Y contigo.

jueves, 2 de abril de 2009

On the Road IV - Días de reuniones

Llega por fin el día en que uno tiene una semana en Barcelona, libre por decir de alguna manera. Tan feliz como ingenuo, hago la compra y por fin hay más que una mosca helada en las baldas de la nevera. Me imagino estrenando el horno, tomando un Cola Cao tranquilamente mientras veo una peli, dando un paseo hasta el Parque Güell... ¿Y qué ocurre? Que me tiro dos días enteritos jodido con dos reuniones. Dos días, dos reuniones... Me gustaría decir que son diez reuniones en dos días, pero no: han sido dos jodidas reuniones en dos jodidos días. Resultado: Ramón jodido.

Mis planes se fueron al garete el primer día. Desayuné en casa medio dormido pensando en que todo ese día iba a tener su recompensa a la noche cuando pudiera hacerme la maxi-ensalada que me merecía. Reunión de equipo en la chabola almidonada para revistas de decoración -impresionante, por cierto, muy buen gusto, la envidia me corroe-. Todo la mañana me la pasé preocupado porque no se oyera demasiado cómo sonaban mis tripas e intentando aguantar las ganas de mear porque el baño estaba justo al lado de la sala y se oía hasta el respirar. Uno tiene su elegancia y la poco que le queda no la va a tirar por el desagüe del retrete. La tarde la pasé aguantando las triples ganas de mandar la etiqueta a la mierda y salir como los perros a aliviarme junto a un árbol lejano. Ni os cuento el suspiro al llegar a casa a eso de las 12 de la noche... Detalles escatológicos aparte. Porque, por supuesto, hubo cena. Agradable eso sí, como siempre con ella. De hecho me di cuenta de que estaba hecho polvo cuando pagó la cuenta. Ahí me derrumbé y me focalicé en mi cama. Un día más. O un día menos, según se mire. No, mejor no mirarlo. Un día.

Un día más tarde, ahí estaba yo a la misma hora en el mismo hotel pero esta vez sin haber desayunado mi tazón de Cola Cao con la leche que me gusta y las galletas que me compré. A cambio tuve que desayunar en un hotel -uno termina odiando esos putos pseudohogares- para salir pitando en un taxi a la segunda reunión de la semana. Ésta hizo que la anterior me pareciera una broma. De 10 a 8 estuvimos ahí sentados. Mi culo quería ya recuperar su habitual forma redonda y desproporcionada, mis tripas sonaban a modo de protesta y yo me revolvía en mi silla cual mono enjaulado. Devoré la comida y a la tarde tuve el mismo problema, no aprenderé, como no aprenderán los lumbreras a diseñar oficinas donde los baños estén apartados. Un día más que llego a casa a la 1 de la madrugada, habiendo desayunado, comido y cenado fuera... Un día más sin mi maxi-ensalada. Al margen de que, una vez más, por seguir la coletilla, la compañía hiciera el trance mucho más agradable. De hecho hasta una copa me habría tomado. Claro que somos aves migratorias y él tenía otra ruta que seguir, como yo la mía.

Y aquí estoy, a las 1 y media de la madrugada escribiendo e intentando arañar al día el tiempo perdido a mi casa. Porque ésta sí es mi casa y no todos los jodidos hoteles en los que paro rumbo a vete tú a saber dónde.

Qué triste es darse cuenta de que uno dice "yo me voy a casa a dormir" cuando está en la habitación 307 del piso tercero, primer ascensor a la derecha...

*El lado positivo es que me eché unas risas, de las reuniones sacamos cosas en claro -aunque sólo durante las primeras 3 horas- y comí pescado. Me estoy divirtiendo en este nuevo trabajo. Siempre hay algo positivo. Incluso la mierda es estiércol.