lunes, 16 de julio de 2007

16 de julio

Me siento en el sofá y espero. A mi edad las segundas oportunidades ya no existen; tengo casi 90 años y he agotado todo lo que la vida tenía para mí. Ahora sólo me queda esperar y pedir que no se alargue todo esto.

Siempre he sido un hombre vital, todo energía y con mil planes al mismo tiempo; el que arrastraba a mis amigos a salir, el que ayudaba a mis hijos cuando tenían problemas. El que consolaba a los nietos cuando les regañaban.

Ahora son ellos los que tienen que darme de comer, asearme por las mañanas y dormir conmigo por si acaso pasa algo durante la noche. Nunca pensé que lo diría pero tengo ganas de que todo termine.

Cuando vienen visitas a verme hablan de mí en tercera persona. Estoy ciego, no puedo andar bien desde la última caída y estoy bastante sordo, pero les entiendo. Me dicen que qué suerte tener la cabeza tan bien. Yo sonrío y asiento; es lo que esperan. No creo que quieran oír que preferiría morir, que hubiera sido mejor haberme quedado tonto cuando me golpeé la cabeza. Alguna vez lo digo y veo cómo mis hijos intentan animarme, pero qué dices papá, tú aún vas a darnos mucha guerra.

Eso es lo que doy: guerra. Ellos lo hacen con todo el cariño del mundo pero sé que para mí no hay vuelta atrás. He empezado la última cuenta atrás: la de mi vida.

Es duro verme a mí mismo todo el día sentado en el mismo sofá. Apenas distingo luces y sombras y me canso sólo de pensar que tengo que levantarme. No quiero apenar a mis hijos con estos pensamientos tan negros. Nadie quiere oírlos pero son reales y hay veces que no puedo más.

Cuanto más me atienden peor me siento. No lo hacen como una obligación pero me siento como una carga. Vienen a hablarme, me ayudan, me acompañan a dar el paseo de rigor cada hora para no atrofiarme -¿más?- pero me siento peor.

Tengo suerte; no estoy en un asilo ni mi familia ni los hijos de mis amigos se han olvidado de mí. Porque amigos ya no me quedan. Tengo suerte; he hecho todo lo que he querido. Igual la buena suerte se paga.


¿Éste va a ser el recuerdo que se lleven de mí mis nietos? ¿Mis hijos?

Quiero contarles que no siempre he sido un viejo apático y quejumbroso. Que también he tenido 15, 30, 40 años. Que también he ido al monte y me he ido de guateque. Vivo de mis recuerdos y veo en mi memoria una y otra vez cómo gané el trofeo de la universidad de atletismo. Ya no puedo correr, casi ni andar. Me da pena que mis hijos tengan que verme así.

Nunca pensé que lo diría. Nunca pensé que querría morirme algún día. No tengo miedo.

Ramón de Mielina

17 comentarios:

Anónimo dijo...

tétrico

Anónimo dijo...

Me gusta. La sensación que me queda es la misma que en un relato anterior... Siento envidia sana de este señor, el cual parece haberlo vivido todo. Aunque la amargura con la que parece esperar a la muerte hace que sea bastante triste... Espero que la vejez no sea tan dura.
De todas maneras, no me importaría hacer mías estas palabras cuando llegara el momento.
Saludos.

Anónimo dijo...

muy muy muy triste xo real. creo q los de alrededor saben todo esto pero es un tema que prefieren no tratar, no saben cómo manejarlo, no saben ni como ablarlo consigo mismos.
De todas formas, aunque hablar de como se siente, desahogarse, puede aliviarle, no sirve cualquier oyente. Tiene que ser alguien que le entienda, o mejor dicho, alguien que le haga sentirse entendido. No creo que él considere oyentes a los que le rodean.

Anónimo dijo...

es tetrico, es duro, es dificil... pero a veces es asi

Ramón de Mielina dijo...

Supongo que no siempre es así, que muchas veces uno muere de repente y no le da tiempo a pensar en todas estas cosas.

Pero hay otras muchas en que te alargan la vida hasta que no da más de si y empiezas a pensar si tiene sentido vivir tantos años en esas condiciones, con lo que tú has sido.

Echas de menos a los que se fueron, echas de menos tu vida, no te reconoces, los que quedan te tratan con respeto y cariño pero no te sientes entendido...

Tiene que ser muy duro haber tenido todo y acabar sintiendo lástima de ti mismo.

Lo queremos todo: una vida plena, ser razonablemente feliz... y morirnos sin sufrir, sin hacer sufrir... y rápido a poder ser.

Él dice que no tiene miedo a la muerte pero yo creo que no es verdad. Todo el mundo teme morir.

¿Hay alguien que no?

Tememos lo desconocido.

Anónimo dijo...

Lo bueno si breve, dos veces bueno.

Ramón de Mielina dijo...

Miranda tiene razón. Él no considera oyentes a los que le rodean. No les quiere hacer daño pero está comido por dentro; tiene que desahogarse y no sabe con quién. No todo el mundo sabe hablar de la muerte con alguien que quiere morir. En realidad, poca gente quiere hablar de la muerte.

Anónimo dijo...

m gusta como lo planteas. de 1 manera muy directa pero me gusta. es un tema dificil

Anónimo dijo...

no quiero llegar a viejo siendo un estorbo aun cuyando mi vida haya sido plena. quiero saber dejar la vida a tiempo y q me dejen hacerlo. tengo miedo a morir como todo el mudno lo tiene. es facil decir ahora q no lo tenemos pero cuando sepamos que estamos muriendonos, ya sera otra cosa.

Anónimo dijo...

Creo que lo que no quiere es sentirse un inútil, un estorbo para los suyos. Prefiere que todo el mundo le recuerde como en sus buenos tiempos, como el hombre vital que fue, como la persona que siempre estaba ahí, para todo lo bueno y lo malo. No como aquel viejo decrépito que entorpecía el curso de las vidas cercanas, como si ya no debiera pertenecer a ellas.

Seguro que le gustaría levantarse y poder moverse como antes, poder hacer cosas por los demás y no sentirse otro mueble al que quitar el polvo de vez en cuando.

Aunque su espíritu sigue intacto, el tiempo le ha pasado factura físicamente; y sabe que no le queda otra opción. De ahí su sentimiento de impotencia, de rabia. Y esa rabia le lleva a querer desaparecer.

Pero no por él, sino por ellos.

Ramón de Mielina dijo...

Tiene mucho que ver con la resignación.

No es sólo rabia porque, si lo fuera, esto le empujaría a hacer el último esfuerzo. Le faltan fuerzas para realizarlo.

Me inclino más por la resignación y la impotencia que por la rabia.

Anónimo dijo...

La resignación te lleva a aceptar tu situación, porque sabes que no podrás hacer nada más para cambiarla. Creo que lo que le da rabia es el tener que resignarse ante la evidencia... Y como no puede hacer nada ni por él, ni por los que le rodean, pues quiere desaparecer.

Miedo a morir... nunca me lo he planteado. Al fin y al cabo todos lo haremos algún día. Supongo que cuando me toque, me gustaría mirar atrás y sentirme satisfecho y orgulloso de lo que dejo. Y como ha dicho J., me gustaría dejarlo a tiempo. Saludos.

Anónimo dijo...

aora no tengo miedo a morir, ya os lo contare cuando vea la guadaña de la muerte por encima de mi cabeza. temblare como un niño y buscare una mano amiga q me acompañe en los ultimos momentos. se q tendre miedo a morir solo o entre desconocidos y a no poder despedirme de las personas q quiero.

Unknown dijo...

Sin embargo es ley de vida y al final le llega a todo el mundo, con o sin tiempo para madurar la llegada de la próxima vida.

Yo siempre he querido ver la vejez como la oportunidad que nos da la vida para devolver a quien nos ha cuidado con amor de pequeños todo aquello que con tantísima generosidad nos han regalado.

Comprendo que debe ser complicadísimo aceptar que uno ya no es lo que era: ni tan fuerte, ni tan hábil, ni tan independiente. Pero me consuela ver como hay muchísimas personas mayores que son felices viendo la vida y la juventud en los ojos de las generaciones que les preceden. Y como disfrutan ayundándolas con sus anécdotas del pasado buscando salvarles de los errores que ellos cometieron e indicandoles los caminos que les llevaron a triunfar.

He tenido la suerte de trabajar durante algunos años con personas mayores que sólo tienen sus propias vivencias y es impresionante ver como si uno quiere, la felicidad no es exclusiva de la alegria propia de la juventud.

Ramón de Mielina dijo...

sí, así es la vida... unos nacen y otros mueren. Es curioso como muchas veces parece que es así, cuando nace un niño en una familia y muere otro miembro de la misma. Es una mezcla de alegría y pena a la vez que te hace ver que esto es así; nos quitan y nos ponen.

Entiendo tu punto de vista. Para ti significa que puedes cuidar de las personas que cuidaron de ti cuando eras pequeña y eso te hace sentir bien porque siempre te has sentido en deuda con ellas.

Pero yo lo miro ahora desde el punto de vista de esa persona que llega al final de su vida y ve cómo está imposibilitado físicamente. No quiere decir que, aunque tú te sientas bien, las personas mayores se sientan mejor.
Intentamos ayudar y eso es bueno... para nosotros.

Por supuesto es mejor cuidarles que no hacerlo porque, en cierta manera, sí que estamos en deuda con nuestros mayores. No obstante creo que también tenemos que ser conscientes de que no por ayudarles ellos son más felices.

Se sentirán acompañados, se sentirán con suerte de no haber caido en el olvido... pero puede que no se sientan plenos ni felices. Eso es lo que tenemos que entender. Resignación, melancolía... Por supuesto, muchos otros se superan y superan sus tristezas y consiguen ser felices.

Pero tienen demasiados recuerdos, han tenido demasiadas pérdidas... para que "felicidad" no tenga -al menos- una pincelada de melancolía.

Anónimo dijo...

Buenas camaradas,
Hace un tiempo, tuve la ocasión de coincidir con el valiente pirata, Don Ramón de Mielina, fue hace ya muchas lunas nuevas, en la olvidada taberna del turco, aún tengo clavado en la memoria ése primer destelló que dejaron entrever sus ojos. Si alguien ha tenido la ocasión de toparse cara a cara con Don Ramón, sabe de lo que le hablo.
Estaba compadreando, rodeado de unos cuantos lobos de mar mal encarados en la vieja barra, mientras, la posadera, escanciaba generosas dosis de ron en sus jarras. Yo, forastero en la isla del miedo, traté en vano de escapar al escrute profundo de todas las miradas, solicité con presteza a la posadera una cerveza amarga, de las que sirven por los mares del sur y me dispuse a disfrutarla alejado en un rincón oscuro de aquella posada de marineros.
La noche era fría, y fuera, el viento arañaba con fiereza las maderas de la maltrecha posada, e intentaba colar sus frías lenguas por los quicios de las ventanas, desde éstas, al fondo en el horizonte, un mar enfurecido golpeaba el faro de las tormentas, última esperanza de salvación para alguno de los bucaneros que aún siguiesen en la mar.
Con este panorama, el ron no hacía más que correr como la pólvora por las venas de los que allí se encontraban, no tardaron en llegar las disputas, un altanero francés, comenzó a bravuconear sobre la muerte, con una tormenta como la que estaba aconteciendo, pocas esperanzas le quedaban al navío cien fuegos de arribar entero a la isla del miedo, el debate circulaba en torno a cómo estarían afrontando la muerte los bravos marineros españoles, si es que aún no les había visitado con su alargada guadaña, que desde las costas del norte de España, habían salido hacía meses en busca de gloria, aventuras y el ansiado tesoro del sultán del mar del sur.
Estaban en esta reyerta, que fue creciendo en intensidad cuando un portugués, blandiendo un mosquetón del doce, retó al francés, ya que hablaba tanto de que no temía a la muerte, él le iba a poner a prueba, entonces cometí un error fatal, mis ojos curiosos, se posaron en los ojos sanguinolentos y ebrios del francés, maldiciendo mí curiosidad, acercase a mí encañonándome con su mosquete, paralizado por el terror no pude ni articular palabra. Fue entonces, cuando con un rudo puñetazo en la mesa, que hizo saltar el ron de las jarras, puso Don Ramón al francés en su sitio; “quien amenace al joven marino se las habrá de ver conmigo”, de sobra era conocida la destreza de este caballero con el florín, la espada y el mosquete, así es que el rudo marinero no tuvo más remedio que envainarse su ira e ir a tomar asiento junto al resto de la cuadrilla.
Entonces, Don Ramón, convidándome a un trago del ron que estaba degustando, vino a tomar asiento junto a mí. A medida que iba hablándome, notaba como mis articulaciones, entumecidas por la emoción, iban relajándose a medida que me hablada de sus viajes recorriendo los cinco mares a bordo de su galeón. Llegado un momento de la conversación, me interrogó acerca de mí temor a la muerte; siempre la he temido señor, más creo que todo hombre tiene que saber afrontarla allá donde les llame, me gustaría antes enrolarme en un buen barco, que surque los cinco mares de este mundo y a ser posible, ser capitaneado por el mejor marino de la isla del miedo, cuna de grandes bucaneros. Don Ramón, dando un profundo sorbo a su jarra de ron, volvió a escrutar mis ojos. ¿De dónde es usted joven? Soy genovés, tierra de hombres de mar, así han sido todos mis ancestros. ¿Qué le parecería enrolarse en la sobra de los vientos en busca del mayor tesoro jamás imaginado por los hombre?, es el corsario mas intrépido y veloz de los mares del sur. Le comenté que me dejase tiempo suficiente para volver a mí tierra y despedirme de mí familia, a lo cual accedió y me dijo que esperase la señal, ésta vendría en forma de mensaje en una botella. Y así me encuentro, a la espera de tus noticias Gran Pirata.

El Genovés

Anónimo dijo...

Me gusta tu comentario Victoria.
Un poco de fe, de esperanza.

Claro que muchos - la gran mayoria - tienen o tendran que enfentarse a la decrepitud fisica. Pero toda nuestra vida esta llena de sufrimiento. Y que hacemos entonces? Pues si, ver el lado positivo, reaccionar, hacer lo que esta en nuestro poder, aunque sea poco. Y seguimos.

Hace poco, una persona mayor de mi entorno se acerco a la muerte. Le pregunte si tenia miedo. Me contesto "No, se que no voy a sufrir, y que todavia me queda el ultimo misterio de la vida; la muerte".

Queria ver ese misterio como una alegria, saber por fin lo que hay (o no - "eso hace parte del juego" me decia) despues de la muerte.

Totalmente de acuerdo Victoria, a cada edad su encanto; "si uno quiere, la felicidad no es exclusiva de la alegria propia de la juventud".