Me pregunto en qué momento una persona va olvidando cosas a la par que va ascendiendo en el mundo laboral. En qué momento olvida cuando fue becario y le trataron mal, cuándo deja de saber ponerse un café él mismo y requiere de alguien que se lo sirva “como a él le gusta”, incluso olvida cómo fue el desagradable proceso por el cual le echaron de su puesto anterior. Me inquieta ese proceso de des-aprendizaje y no puedo dejar de pensar qué siente alguien así cuando se da cuenta, si es que en algún momento se percata de ello, de que ya no sabe hacer una fotocopia ni imprimir un documento en un A3 –ni tan siquiera en un A4-, cuando nota que hace días que no saluda a nadie al entrar en la oficina porque olvidó decir buenos días y la gente se calla cuando entra porque olvidó tener una conversación normal que no incluyera dar órdenes tajantes sin opción a réplica.
lunes, 3 de diciembre de 2012
martes, 23 de octubre de 2012
Como la vida misma
Digamos que hoy puedo afirmar que el que es un hijoputa en el trabajo también lo es en su vida personal.
Perdón por el lenguaje. Se me ocurren también otros adjetivos, como desgraciado, pero hijoputa le va que ni pintado.
Perdón por el lenguaje. Se me ocurren también otros adjetivos, como desgraciado, pero hijoputa le va que ni pintado.
sábado, 29 de septiembre de 2012
Huevo, de Íñigo Díaz Guardamino
Últimamente veo pocas obras que me llenen. Pocas obras que me hagan reir. Pocas obras que me hagan llorar. Y menos que me hagan pensar. Huevo tiene un poco de todo, pero, sobre todo, tiene el mérito de haber hecho que alguien como yo, poco ducho a tener los pelos punta ni la emoción a flor de piel, haya notado un escalofrío y haya pasado de la risa sincera, a la risita nerviosa, a los ojos vidriosos que se disimulan con una tos a tiempo.
Ya había visto alguna obra de Íñigo Díaz Guardamino (director y autor del texto de la obra) -a última en microteatro- y me declaro, a partir de este jueves que vi Huevo, fan absoluto y sin condiciones de todo lo que haga.
Siempre hay lugar para el humor -humor negro muchas veces- pero no deja ocasión de lanzar mensajes -que no siempre el espectador capta-, de jugar con los sentimientos del público y de sorprender. Con Díaz Guardamino nada es lo que parece, en todos los sentidos.
Actriz versátil, curiosa voz pero modulada adecuadamente... en resumen, perfecta. Él, no tanto, más al estilo de Al Salir de Clase, esa hornada de actores que copan, muy a mi pesar, los papeles de todos los medios gracias a los productores ávidos de nombres que den brillo a su obra. De ese estilo pero algo mejor, a ratos me enganchó, a ratos no. Le daría un seis y medio, no más.
La escenografía, sencilla y multiusos, está perfectamente pensada y encajada, lo mismo que los elementos que entran y salen, aunque la mayoría permanecen todo el rato en escena pero cambian de función. Lo mismo que los dos actores, que van pasando de un papel a otro y, aún viéndoles los mismos, les tomas por otros. Me gustó la sencillez de la puesta en escena y la ratificación de que no hacen falta grandes presupuestos para llevar izar el telón de una buena obra.
Obviamente, con una buena campaña de marketing y dinero para el alquiler estaría en el Fernán Gómez o incluso en el Lope de Vega pero, sinceramente, el Centro de Nuevos Creadores, la Sala Mirador, me parece un sitio con muchísimo más encanto, el lugar perfecto para lanzar Huevo. Con el poco presupuesto -el director maneja las luces, la actriz produce y entre todos recogen- Huevo ha demostrado que se puede llenar (porque ha llenado casi todos los días) un aforo sin los presupuestos que se manejan en la Gran Vía, tan sólo con el boca a boca.
Ese mismo boca a boca que va a hacer que vuelvan a llenar cuando repongan en otro teatro, aún por confirmar, en poco más de un mes. También en Madrid, con el mismo reparto, el mismo director y autor a las luces y las mismas ganas de dar de ellos lo mejor cada día. Ahí estaré yo, si no en primera fila -que no me gusta- en la tercera o cuarta.
Lo dicho, si queréis ver algo que merezca la pena, ved Huevo. Hasta mañana domingo, pero en nada en otro teatro. Atentos a la información de carteleras y a los nuevois movimientos del director.
martes, 22 de mayo de 2012
Susana
Susana viene a mi casa cada jueves y se pelea con las pelusas que he ido acumulando durante la semana a las que he ido incluso cogiendo cariño. Susana llega puntual a las cuatro de la tarde cuando yo estoy en esa hora crítica en la que uno no sabe si irse a patear Madrid huyendo de la pereza o lanzarse en el sofá y dormir a pierna suelta. Es abrirle la puerta y acabarse la tranquilidad. Excesiva toda ella, Susana es una mujer grande. Cuando digo grande, digo alta, digo entrada en carnes -que no gorda-, digo con el pelo rizado, largo y cardado... Se ríe como cabe esperar de una mujer de su tamaño y su tono de voz es grave como el de un hombre. Ha tenido varios hijos y yo sólo puedo imaginármelos vestidos de soldados... su casa debe de ser como un cuartel del ejército. A la voz de "¡arriba!", todos en pie y ¡ay del que se despiste! Me cae bien Susana, claro que gracias a ella aprovecho más las tardes porque según viene a mí me dan ganas de irme corriendo; es como tener una segunda madre. Todas esas preguntas (qué hiciste el fin de semana y con quién, por qué no está hecha la cama, anda que no acumulas porquerías en la mesa, pero qué es esto que has tirado, cómo no metiste el pollo en el frigorífico...) me las hace de corrido y casi sin esperar respuesta por mi parte. Entonces farfullo un par de excusas, ella me da un pescozón y yo salgo huyendo de ese torbellino de mujer bienintencionada que me quiere y atosiga por partes iguales. Esa locura de amor por mí viene desde que nos conocimos, hace ya años, cuando yo tenía 15 años y apareció de buena mañana en casa de mi madre. Igual de grande, igual de ruidosa y con yo recibiendo los mismos pescozones. Ahora se ha convertido en espía y facilitadora de comunicación para mi madre; confabulan ambas los viernes que es cuando Susana va a la casa de mamá. Puedo imaginármelas riéndose de cómo a mis más de treinta años sigo haciendo las mismas cosas que cuando era un imberbe adolescente. Susana y yo tenemos diferente sentido del orden y tenemos una lucha encarnizada y silenciosa, a modo de guerra fría, de la que no hablamos pero que nos pone de los nervios a los dos, claro que ella tiene la sartén por el mango. Por ejemplo, yo considero que los cuchillos tienen que estar en el segundo hueco del primer cajón de al lado del horno; Susana no lo sé, porque desde hace un mes pierdo a razón de un cuchillo cada semana, casualmente los jueves es cuando suelen extraviarse. No le pregunto por orgullo, porque sé que me dirá "en su sitio". El otro día día, sin ir más lejos, desapareció la alfombrilla del baño. En mi casa hay un baño completo y un aseo. Susana considera que la alfombrilla está mejor en el aseo, vete tú a saber por qué. El caso es que estuve dos semanas hasta que la encontré. Y así con todo; el salero, las revistas, el papel higiénico, las camisas, los manteles... Creo que ella disfruta haciéndome estas pequeñas perrerías sin importancia. No tengo una madre, tengo dos; y la segunda se toma muchas más licencias que la primera porque, no siendo mi madre verdadera, sabe que nunca le diré nada. De todas maneras y a pesar de todo, me gusta tener dos madres. Qué es un cuchillo a la semana. Algún día los encontraré todos y podré poner una tienda.
domingo, 20 de mayo de 2012
domingo, 12 de febrero de 2012
Busco el sentido del humor
¿No somos nosotros los primeros en reírnos -y ridiculizar- de todo y de todos a través del papel, de la TV, de la radio y de todas las maneras posibles? Qué ha pasado que ya no somos capaces de reírnos de nosotros mismos... y, mucho menos, de dejar que otros hagan chistes. Si los leperos se enfadaran así cada vez que alguien hace una gracia a su costa, o los giputxis... ¿Dónde está nuestro sentido del humor?
Lo más triste no es que lo hayamos perdido, que pena ya me da... Lo más triste es que, con lo que tenemos encima, unos guiñoles se hayan convertido en cuestión de estado (literalmente).
Sinceramente, señores, a mí me importa mucho más la reforma laboral, el paro, cómo empresas se aprovechan de la crisis para hacer limpieza y muchas otras cosas más. Entre ellas, me importa mucho más que un guiñol francés qué película ver esta noche, si La Cinta Blanca o Gato Negro Gato Blanco.
He dicho.
Lo más triste no es que lo hayamos perdido, que pena ya me da... Lo más triste es que, con lo que tenemos encima, unos guiñoles se hayan convertido en cuestión de estado (literalmente).
Sinceramente, señores, a mí me importa mucho más la reforma laboral, el paro, cómo empresas se aprovechan de la crisis para hacer limpieza y muchas otras cosas más. Entre ellas, me importa mucho más que un guiñol francés qué película ver esta noche, si La Cinta Blanca o Gato Negro Gato Blanco.
He dicho.
domingo, 29 de enero de 2012
Joe Black o la Muerte nunca fue tan paciente
"¿Conoces a Joe Black?" no es mi película favorita. Ni mucho menos. Buenos actores como Anthony Hopkins o Brad Pitt no son suficientes para que esta cinta entre en mi filmoteca particular. No, señor. Sin embargo, hay algo que me gustaría que Joe hiciera por mí.
Joe, por favor, cuando vengas a buscarme, avísame con tiempo, antes de que sea tarde, cuando aún pueda arreglar mis asuntos pendientes y dame unos días. Dime palabras de consuelo y apóyame en esos momentos. Dime que no tengo que preocuparme ni por mi eternidad ni por lo que dejo atrás... y que todo irá bien.
Película bonita, sentimentaloide... y mentirosa. Cuando me muera, quiero que sea Joe, y no otro, el que venga a buscarme.
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RAMÓN OPINA...
sábado, 28 de enero de 2012
Lily Allen
Nacida Lily Rose Beatrice Allen, se me antoja más una amiga de mi hermana que una estrella del pop. Lily me hace sentir cómodo. La miro y la imagino en su casa en un día de resaca o tomando un Cola Cao con su cuadrilla o paseando el perro por el muelle mientras escucha "Copa Rota" de Los Rodríguez, sintiéndose desdichada a más no poder.
Si sólo escucho sus canciones, me gusta. Me gusta mucho. Gran artista. Si la veo a ella, me parece una chiquilla, buena, buenísima voz la suya, que no se cree que esté ahí subida al podium de la fama. Si bien es verdad que en los últimos tiempos sus asesores han hecho una grandísimo trabajo con ella, no deja de parecerme una de esas chicas que en el colegio llevaba gafas, aparato, tenía granos y era poco popular... y que, con mucho tesón, rabia y trabajo, ha conseguido dar la vuelta a la tortilla para entrar en el club de las populares.
Sintiéndolo mucho, Lily, para mí sigues siendo esa pringada-pero-buena-persona del colegio. Aunque te rodees de gente chic, aunque lleves tacones de vértigo, seas imagen de grandes firmas o poses poniendo morritos a la cámara... A mí no me engañas: tú no eres guay. Y eso es lo que me gusta de ti.
No sé nada de tu vida y, si me preguntas, tampoco sabría decir el título de dos canciones tuyas... pero te acabo de ver en la TV, en un videoclip vaquero vestida con un mono blanco... y me has vuelto a gustar.
Si sólo escucho sus canciones, me gusta. Me gusta mucho. Gran artista. Si la veo a ella, me parece una chiquilla, buena, buenísima voz la suya, que no se cree que esté ahí subida al podium de la fama. Si bien es verdad que en los últimos tiempos sus asesores han hecho una grandísimo trabajo con ella, no deja de parecerme una de esas chicas que en el colegio llevaba gafas, aparato, tenía granos y era poco popular... y que, con mucho tesón, rabia y trabajo, ha conseguido dar la vuelta a la tortilla para entrar en el club de las populares.
Sintiéndolo mucho, Lily, para mí sigues siendo esa pringada-pero-buena-persona del colegio. Aunque te rodees de gente chic, aunque lleves tacones de vértigo, seas imagen de grandes firmas o poses poniendo morritos a la cámara... A mí no me engañas: tú no eres guay. Y eso es lo que me gusta de ti.
No sé nada de tu vida y, si me preguntas, tampoco sabría decir el título de dos canciones tuyas... pero te acabo de ver en la TV, en un videoclip vaquero vestida con un mono blanco... y me has vuelto a gustar.
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viernes, 27 de enero de 2012
Las Amistades Peligrosas de Stephen Frears
Probablemente una de las mejores películas que haya visto últimamente. Mejor que la sobrevalorada "Los Descendientes", mejor que "Drive"... ¡una película del 88! Contaba yo con 8 años cuando Stephen Frears juntó a un elenco de lujo para realizar una obra maestra como es "Las Amistades Peligrosas".
La ya por aquel entonces maestría de Glenn Close, la versatilidad de John Malkovich, unos jovencísimos Keanu Reeves y Uma Thurman... Crueldad, manipulación, inocencias maleadas... La vida misma, por ello emocionante drama, porque es un drama en toda regla.
Todos tenemos, o somos, una Glenn Close y un Malkovich alrededor. Todos hemos sido un poco Michelle Pfeiffer en alguna ocasión o, al menos, lo hemos intentado. Todos fuimos un Keanu Reeves una vez. Los cuentos de hadas no existen. Así es la vida, parece querer decirnos Frears.
Nunca es tarde para ver y aprender. Pasen y vean... Las Amistades Peligrosas, 1988.
lunes, 23 de enero de 2012
Querida Matilde
Ver a Lola Herrera sobre las tablas siempre es un placer. Sin embargo, esta vez ni Lola Herrera ha conseguido que Querida Matilde dejara de hacérsema larga. Quizás influyera la incomodidad del teatro (Teatro La Latina, con sus butacas decimonónicas) o puede que yo llevara todo el día dando tumbos y y estuviera cansado... Sea que fuere, una Lola Herrera correcta, pero no espectacular como esperaba, un Daniel Freire en línea y una exageradísima Ana Labordeta que no hace sino gritar y gesticular en demasía durante toda la obra... Echo parte de la culpa al libreto, que no deja tiempo entre el amor y el odio. Una historia para haber desarrollado de otra manera y, desde luego, bajo otra dirección en la que Lola Herrera no tuviera que moverse por el escenario como si fuera Arturo Fernández, un Freire que no hinchara la vena de indignación cada dos minutos y una Labordeta que... bueno una Labordeta que fuera otra actriz... por ejemplo, Natalia Dicenta, hija de la gran Lola Herrera, grandísimas actrices las dos aunque en Querida Matilde no saque Lola más allá de un notable bajo.
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viernes, 6 de enero de 2012
La Gorda
Todo en ella es excesivo. Su tamaño descomunal, su nariz la de Cirano, esos brazos amorcillados haciendo juego con unas piernas que ya quisiera para si un cerdo destinado a Pata Negra... Pero, sobre todo, su voz es excesiva. Suelta la gorda por su boca un chorro más propio de un garrulo prehistórico que de una mujer.
Esa montaña, esa mole, ¿esa mujer? ocupa su plaza y media mía. Encajada entre su asiento y el de delante, al principio me engaña como a un chino creyéndola sometida por tremenda capa de grasa. Inocente de mí. Poco a poco va desbordándose hasta traspasar todo límite físico. Cuatro horas de autobús pegado al cristal y, de repente, soy yo el atrapado por sus grasas y no ella. Cuatro horas sin poder domir ya que, oh satán, la ballena tiene dos tics (tuvo suerte en el sorteo): mover compulsivamente pierna y brazo derechos, los de mi lado, al mismo tiempo.
Ring, ring. No uno sino 2 teléfonos le suenan en un bolso igual de grande que ella que viaja igual de aplastado que yo -me pregunto qué budista malo se reencarnó en el bolso de la gorda-. Protesta el exbudista y cae estrepitosamente al suelo mientras la mole hace aspavientos para alcanzarlo y los dos terminales siguen sonando, cómo no, a máximo volumen. Nada parece medido en esta mujer.
Dejan de sonar los móviles, sigue farfullando la gorda y varias cabezas se vuelven e intentan convertir en montaña de polvo a la maleducada. Tendría que avisarles de que la mirada no funciona, que llevo todo el viaje intentándolo; ojalá fuera tan fácil. Es demasiado grande y nos inundaría de polvo. No es agradable la visión.
Vuelve a sonar uno de los móviles y por fin consigue moverse y alcanzar el bolso. Contesta. Alguien muy gracioso debe de estar al otro lado porque la hipopótamo se pone de lo más contenta, sus manos se convierten en molinos, la pierna tamborilea el suelo con más ímpetu si cabe y su voz se eleva por encima de la canción que intento escuchar. Varios incautos vuelven a intentar el truco de la mirada y yo les observo benévolo desde mi encierro aplastado, como quien mira a un bebé bamboleante y espera su caida y posterior rabieta.
Suena el otro móvil. Me ha tocado la mujer con más taras del mundo. No sabe cómo apagarlo así q lo contesta. Qué casualidad, estamos de suerte, ambos interlocutores se conocen. Alza la voz más aún y da comienzo una conferencia a tres: dos teléfonos móviles y como altavoz común sólo el que se ha tragado la buena mujer.
Me pregunto si aguantaré mucho tiempo más sin poder respirar y si moriré antes por aplastamiento o por asfixia.
Mientras, en el mundo libre, un alma caritativa ha decido tomar cartas en el asunto, ya que yo no puedo ni mover un dedo, y le dice a la gorda, educadamente eso sí, que cierre la puta boca. Sorprendida, pide perdón, termina ambas conversaciones citándoles para más tarde y el autobús vuelve a disfrutar de una calma desconocida durante la última hora.
Vuelve a sonar el móvil, esta vez sólo uno, sigo atrapado, ya medio morado. Estoy convencido de que será por aplastamiento.
Por lo menos la música que escucho a trozos, cuando su voz de hombre me da un respiro, es buena. Disfruto de mis últimas horas e intento pensar en cosas bonitas. Como comerme a mordiscos una pata de jamón tan grande como su pierna... Que no deja de moverse.
Esa montaña, esa mole, ¿esa mujer? ocupa su plaza y media mía. Encajada entre su asiento y el de delante, al principio me engaña como a un chino creyéndola sometida por tremenda capa de grasa. Inocente de mí. Poco a poco va desbordándose hasta traspasar todo límite físico. Cuatro horas de autobús pegado al cristal y, de repente, soy yo el atrapado por sus grasas y no ella. Cuatro horas sin poder domir ya que, oh satán, la ballena tiene dos tics (tuvo suerte en el sorteo): mover compulsivamente pierna y brazo derechos, los de mi lado, al mismo tiempo.
Ring, ring. No uno sino 2 teléfonos le suenan en un bolso igual de grande que ella que viaja igual de aplastado que yo -me pregunto qué budista malo se reencarnó en el bolso de la gorda-. Protesta el exbudista y cae estrepitosamente al suelo mientras la mole hace aspavientos para alcanzarlo y los dos terminales siguen sonando, cómo no, a máximo volumen. Nada parece medido en esta mujer.
Dejan de sonar los móviles, sigue farfullando la gorda y varias cabezas se vuelven e intentan convertir en montaña de polvo a la maleducada. Tendría que avisarles de que la mirada no funciona, que llevo todo el viaje intentándolo; ojalá fuera tan fácil. Es demasiado grande y nos inundaría de polvo. No es agradable la visión.
Vuelve a sonar uno de los móviles y por fin consigue moverse y alcanzar el bolso. Contesta. Alguien muy gracioso debe de estar al otro lado porque la hipopótamo se pone de lo más contenta, sus manos se convierten en molinos, la pierna tamborilea el suelo con más ímpetu si cabe y su voz se eleva por encima de la canción que intento escuchar. Varios incautos vuelven a intentar el truco de la mirada y yo les observo benévolo desde mi encierro aplastado, como quien mira a un bebé bamboleante y espera su caida y posterior rabieta.
Suena el otro móvil. Me ha tocado la mujer con más taras del mundo. No sabe cómo apagarlo así q lo contesta. Qué casualidad, estamos de suerte, ambos interlocutores se conocen. Alza la voz más aún y da comienzo una conferencia a tres: dos teléfonos móviles y como altavoz común sólo el que se ha tragado la buena mujer.
Me pregunto si aguantaré mucho tiempo más sin poder respirar y si moriré antes por aplastamiento o por asfixia.
Mientras, en el mundo libre, un alma caritativa ha decido tomar cartas en el asunto, ya que yo no puedo ni mover un dedo, y le dice a la gorda, educadamente eso sí, que cierre la puta boca. Sorprendida, pide perdón, termina ambas conversaciones citándoles para más tarde y el autobús vuelve a disfrutar de una calma desconocida durante la última hora.
Vuelve a sonar el móvil, esta vez sólo uno, sigo atrapado, ya medio morado. Estoy convencido de que será por aplastamiento.
Por lo menos la música que escucho a trozos, cuando su voz de hombre me da un respiro, es buena. Disfruto de mis últimas horas e intento pensar en cosas bonitas. Como comerme a mordiscos una pata de jamón tan grande como su pierna... Que no deja de moverse.
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