Controlo a mi monstruo interior todo el día, lo cual no quiere decir que no oiga su run-run constante y ronco pero tiene su espacio y yo lo respeto. Río, salgo, trabajo, me tomo una Coca Cola, voy al teatro... hasta que llega la noche y se hace fuerte, rompe los límites y quiere acorralarme. No tengo manera de escapar; pongo música, salgo a la terraza y miro los tejados, hablo por teléfono, escribo, limpio, leo, ordeno... no sirve de nada. Ejercito el control, creo que le domino y él me da ventaja durante las 14 horas que estoy fuera de casa. Sabe que en cuanto me quede solo, tendrá la oportunidad de avasallarme, desarmarme, jugármela y no dejarme dormir ni una hora seguida. A veces, como hoy, pierdo el control... por la cosa más tonta del mundo. En un supermercado, la primera compra, y no he cogido cerveza. Ni vino. Ni he comprado otro tipo de queso que no sea fresco. Tampoco chocolate o yogures. Nada de cereales. Llego a casa y ahora el que se va a hacer fuerte soy yo. Música a tope para no escucharle, para empezar. Cajas que empiezan a vaciarse al ritmo de los Beatles. Abro una maleta y, otra vez, me gana la partida... camisetas, calcetines... y no son míos. No voy a regodearme, éste ha sido el último post relacionado con mi monstruo interior.