martes, 24 de agosto de 2010
Esto es vida
Andar no más de 10 minutos para llegar del trabajo a casa... atardecer en la terraza, Baileys en mano y Los Beatles de fondo, viendo tejados y gatos... bajar y tener bares, restaurantes, tiendas, en la puerta de casa... reirme a carcajadas en el trabajo después de una reunión de 6 horas y bajar a tomar una ronda para desestresarnos... conocer gente nueva y reencontrarse con la ya conocida... quedar, salir, comer, cenar... esto es felicidad. Esto es mi nuevo Madrid.
miércoles, 18 de agosto de 2010
Efecto Placebo
Mano de santo. No soy más moderno, ni más valiente, ni más alto, ni más guapo, ni más nada. Sólo tengo el pelo más corto. Mi pelo es más moderno, mi pelo es valiente. Me mimetizo con mi cuerpo y doy pasos seguros mientras voy a trabajar, mientras paseo, cuando voy a tomar algo. Me siento fuerte, con ganas de ser mi pelo al menos unos días más.
martes, 17 de agosto de 2010
Soluciones temporales
Algunos me dicen que busque moras, otros que me ocupe, otros que no piense, hay quien me aconseja salir hasta morir... yo he decidido cortarme el pelo. No sé si funcionará pero, después de todo, gran parte de las sensaciones son producto del efecto placebo. Así que... va a funcionar.
lunes, 16 de agosto de 2010
Relativizando
Todo se junta, siempre pasa. Se hacen montañas y uno ve delante de sí mismo un muro enorme que no sabe cómo saltar. Al final se salta y, al mirar para atrás, se da cuenta uno de que no fue para tanto. Lo bueno de que todo se junte es que se puede relativizar todo y hacer dos montones. El resultado es que algo está pasando que hace que todas las demás cosas me parezcan chinas en el zapato en comparación... Dejo de encontrar sentido a la vida y de prestar atención a muchas cosas para mandarte energía positiva, si es que ayuda en algo. Para intentar no pensar en lo inevitable. Para dirigir mi mirada a todos esos recuerdos que tengo contigo. Para intentar no pensar que esos besos atolondrados, seguidos y llenos de palabras que me diste, vayan a ser los últimos. Quiero verte, quiero verte bien, quiero que sigas en mi vida, quiero seguir en la tuya, quiero que no te vayas... porque sólo de imaginarlo, se me llenan los ojos de lágrimas y se me hace un nudo en la garganta que no me deja hablar. No te vayas.
viernes, 13 de agosto de 2010
martes, 10 de agosto de 2010
Revuelta interior
Controlo a mi monstruo interior todo el día, lo cual no quiere decir que no oiga su run-run constante y ronco pero tiene su espacio y yo lo respeto. Río, salgo, trabajo, me tomo una Coca Cola, voy al teatro... hasta que llega la noche y se hace fuerte, rompe los límites y quiere acorralarme. No tengo manera de escapar; pongo música, salgo a la terraza y miro los tejados, hablo por teléfono, escribo, limpio, leo, ordeno... no sirve de nada. Ejercito el control, creo que le domino y él me da ventaja durante las 14 horas que estoy fuera de casa. Sabe que en cuanto me quede solo, tendrá la oportunidad de avasallarme, desarmarme, jugármela y no dejarme dormir ni una hora seguida. A veces, como hoy, pierdo el control... por la cosa más tonta del mundo. En un supermercado, la primera compra, y no he cogido cerveza. Ni vino. Ni he comprado otro tipo de queso que no sea fresco. Tampoco chocolate o yogures. Nada de cereales. Llego a casa y ahora el que se va a hacer fuerte soy yo. Música a tope para no escucharle, para empezar. Cajas que empiezan a vaciarse al ritmo de los Beatles. Abro una maleta y, otra vez, me gana la partida... camisetas, calcetines... y no son míos. No voy a regodearme, éste ha sido el último post relacionado con mi monstruo interior.
viernes, 6 de agosto de 2010
miércoles, 4 de agosto de 2010
martes, 3 de agosto de 2010
En busca y captura
Recompensaré al que me traiga vivo al capullo que inventó los cuentos con final feliz. Al inconsciente que escribió las historias de príncipes y princesas. Y traedme también al gilipollas que creyó que ésos eran los cuentos que había que contar a los niños cuando son pequeños. Aquél que ha hecho que las niñas vayan besando sapos esperando un apuesto, rubio, ojiverdoso y barbilampiño ejemplar de príncipe azul. Ése por el que los niños piensan que las princesas, antes amadas en la aventura de su rescate, les encerrarán en la jaula de oro que es su palacio ajardinado. Ése que tiene la culpa de que desechemos el pavo y queramos perdices. Que me los traigan a los dos, que les voy a colgar de un pie y bocabajo, bien untados en miel, encima de un nido de hormigas carnívoras. ¡Malditos ellos!
lunes, 2 de agosto de 2010
2 de agosto de 2010
María, hoy me he acordado de ti y no sabes cuánto. Estaba en el bar de siempre, el de la esquina de en frente de casa. A la sombra, que ya sabes tú bien cómo pega la solana a las cinco de la tarde por aquí... ¡arrimados a la pared y en fila india íbamos siempre, huyendo del sol! Pues eso, que te contaba que estaba ya a punto de irme a casa, haciendo lo de siempre; con mi vaso de leche manchada -el médico me quitó del café también, no sé qué más le queda por hacerme al muy...- y en eso que han llegado una pareja de jóvenes. Un chico y una chica, lo aclaro porque no sabes tú cómo han cambiado las cosas, te escandalizarías, mi vida. Se han sentado en la mesa de al lado y traían cara triste, pero no triste de discusión, ni triste de odio. ¿Te acuerdas los berrinches que teníamos tú y yo y cómo lo arreglábamos luego? Siento la misma emoción que entonces si lo pienso, rompiendo todas las normas, ahí estábamos tú y yo arreglando a cuerpo lo que no podíamos decirnos en palabras. Unos modernos, eso era lo que tú y yo éramos... Cómo echo de menos tu cuerpo María, daría lo que fuera por ser esos dos muchachos sentados en la terraza y arreglarlo todo a base de besos, abrazos y sudores. No creas tú que ganas me daban de hacérmelas de abuelo cebolleta, sentarme entre los dos y ver a qué narices jugaban los dos enamorados desperdiciando el tiempo. No lo he hecho pero, a cambio y por curiosidad, que ya sabes que yo curioso soy un rato, me he quedado un poco más; los pequeños placeres de la vida, qué va a hacer uno si no. Qué serios estaban, hablando cariacontecidos, a ratos llorando uno, a ratos el otro. Amor sí que había ahí, que yo lo he visto, y me fastidia haberme quedado sin saber qué les pasaba. He aguzado el aparatejo del oído pero nada, mañana mismo lo llevo a revisión para que me suban la sensibilidad y poder cotillear a gusto. Con tanto ruido de coches, de autobuses pasando, de niños gritando... me he perdido la mitad de la conversación. Viejo cotilla, me dirías si estuvieras, pero no estás y, además, que no, que no es verdad: yo no soy cotilla. Digamos que es interés por la raza humana, por los que nos rodean. Esos jovenzuelos necesitaban que alguien les dijera que se están equivocando, que si se quieren de verdad todo va a salir bien, que tiren para adelante con lo que sea. Ella ha empezado a llorar, de esas lloreras con hipo como las que te entraban a ti de vez en cuando, y se ha puesto las gafas de sol. Él parecía un niño chico cogiéndole la mano sin saber cómo consolarla. Ha apoyado su cabeza en su hombro y así han estado un buen rato, no te creas que ha sido cosa de nada; la muchacha no paraba de llorar parapetada en unas de esas gafas enormes que están tan de moda ahora. Me ha dado pena hasta a mí. Por ella y por el chico. Si me acuerdo la de "crisis" que pasamos tú y yo. Tanto nos queríamos que todo lo hacíamos a lo grande. Lo bueno y lo malo. Vaya malos momentos, vaya tormentas de hielo, de granizo, vaya lluvias... pero seguimos adelante. También tú te ponías las gafas, me acuerdo de cómo temblaba tu cuerpo cuando hipabas una y otra vez sin poder parar de llorar. Me acuerdo como si fuera hoy. Me ha recordado a ti y a mí y quería levantarme y decirles que no pasa nada, que todo va a ir bien, que lo van a solucionar. No sé por qué no lo he hecho. Quizás si lo hubiera hecho, ahora estarían juntos y felices de haber pasado el mal trago, más fuertes. No sé por qué, María, pero creo que estos dos tontos van a tirar la toalla. Era mucha la desesperación en su lloro, mucha la incomprensión en su cara. Me ha dado tanta pena; ella mirando a lo lejos al semáforo del final de la calle y él apoyado en su hombro, acariciando su mano... Ay, María, lo que daría yo por volver a acariciar tu mano. No sé ellos, pero yo seguro que acababa llevándote a la cama.
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