domingo, 30 de noviembre de 2008
Anexo: El mejor bar de Madrid
Ahí queda.
Y que conste que no me dan un porcentaje ni tengo acciones. ;-)
jueves, 27 de noviembre de 2008
El Viajero, ese bar para gente sin amigos
Los que vivís en Madrid, o habéis salido por La Latina, lo conocéis seguro. Es ese bar que tiene esa terraza tan mona que en verano está hasta el culo y en invierno también. En verano se torran y en invierno se congelan.
Pero El Viajero mola. Y a mí me molaba. Hasta que he ido un par de veces, por aquello de las segundas oportunidades.
Será que mueren de éxito que hacen la selección de sus camareros en función de los bordes o lo incompetentes que sean. Será. Mi primera visita a El Viajero, tras muchos meses pasando delante y diciendo "algún día entro, cuando esté menos lleno". Llegó el día y felices los dos, encontramos una minimesa en la terraza. Aunque fuera noviembre ahí que estábamos más felices que perdices con nuestros martinis. Y ya que estábamos pedimos de comer; dos tostas y una pizza. Nada complicado.
En la barra -que sólo servía a la terraza- 5 camareros. Alguno o iba emporrao o se le olvidó ducharse para despejarse. Pedimos. El camarero, majo pero en la parra, vino a la mesa 4 veces a preguntarnos qué habíamos pedido que no lo había apuntado, a decirnos que no había atún, a decirnos que champiñones no, a decirnos que sólo tostas, a contarnos su -puta- vida. Aún nos duraba la felicidad de haber encontrado mesa en la terraza y con el moco colgando seguimos haciendo gala de nuestra paciencia. 15 minutos, media hora... ¡¡1 hora!! Ya nos hartamos y se nos fue de golpe el buen rollo de la mañana soleada pero fría de noviembre.
Vamos a la barra de la que, por cierto, habíamos visto salir miles de pizzas y tostas camino a otras mesas que habían pedido más tarde. Reclamamos. Nos piden paciencia. ¿Más? Nos pareció mal irnos y no nos fuimos. Nos comimos las tostas -de mierda- y la pizza -peor todavía- y pagamos religiosamente. Ni propina ni nada.
Mi segunda visita un sábado a la tarde. Éramos 8. Entramos. No había sitio y los dos pisos de arriba estaban cerrados. Nos pusimos en la barra y pedimos. Vemos una mesa y nos sentamos. Viene la camarera con cara de perro. Ni hablar, sois muchos para una mesa de 2. Perfecto, pero ya hemos pedido, hay sillas... Da lo mismo, tenéis que buscar una mesa más grande, así que levantaros. Ya, pero entonces deberíais decir a los que están en mesas de 4 y son sólo 2 que se levanten. Ni por esas. Os quitais porque molestais ahí en medio. ¿Y en la barra no? Tenéis las bebidas puestas, las tomáis o las dejáis, me da lo mismo.
Bueno, pues ahí se quedaron en la barra y la camarera echando espuma por la boca. De buenas maneras seguro que aún estaríamos ahí de txikiteo pero a malas...
Así que llegamos a la conclusión de que El Viajero es un bar para gente sin o con pocos amigos. Que es un bar donde a los camareros les pagan poco o les explotan o, simplemente, en el que contratan a los más bordes del lugar. Que es un bar de moda que no mola nada.
Conclusión: nunca volveré a El Viajero. Porque no mola y porque problablemente se quedaron con mi cara después de haberles dejado con 8 copas compuestas y sin novio. Que se jodan.
miércoles, 26 de noviembre de 2008
Te regalo la luna
Están locos estos rusos. Y los americanos, que seguro que tiene algo que ver. Quizá los chinos, que mire bien el código de barras el ruso, que lo mismo los chinos le han encajado una Luna Lunera Made in China. Que se ande con ojo.
Y su novia encantada de la vida. Y el resto ojipláticos. Ya sabéis, nada de diamantes, deportivos... el regalo de moda: un trocito de luna.
martes, 25 de noviembre de 2008
Un película dura
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viernes, 21 de noviembre de 2008
Mi teoría sobre los departamentos de Recursos Humanos
Se divide sólo en tres puntos:
- Voto por un dpto. de RRHH dentro de la empresa siempre que se dedique exclusivamente a nóminas y formación, algo que en ningún caso decidirían ellos. A quién se le da tal o cual curso o la subida anual de cada empleado serían tareas de los jefes.
- Voto por un dpto. de selección totalmente independiente del resto de la plantilla de la empresa. Es decir, voto por una consultora externa. Así se obtendría más imparcialidad en los procesos para bien y para mal. Menos enchufes y menos puteos. Total, cuando están integrados en la plantilla, hablando siempre de empresas grandes, claro, no siguen el día a día de las labores de cada empleado, con lo que no pueden saber más que por terceros si funciona -o no- bien el susodicho.
- Voto porque las personas que quieran dedicarse a RRHH hagan primero una carrera, dando lo mismo cuál, y después un segundo ciclo o curso de inmersión de uno o dos años en RRHH. Cada consultor de RRHH -tomando la consultora externa por opción- sólo llevaría procesos de selección para elegir puestos relativos a su carrera o similares. Es decir, los médicos/farmaceúticos/... seleccionarían su rama; los abogados, abogados; los periodistas, lo mismo; y así, sucesivamente.
Esto es como todo, cada uno confecciona sus teorías en función de la propia experiencia.
jueves, 20 de noviembre de 2008
miércoles, 19 de noviembre de 2008
lunes, 17 de noviembre de 2008
jueves, 13 de noviembre de 2008
París se me resiste
Sin duda, hay alguna razón que se me escapa por la que no tengo que ir a París. Es evidente. Y mejor no tentar a la suerte.
Nueva York también se va quedando en el tintero año tras año.
Algún día iremos. A París. A Nueva York. A Tokio. (...).
martes, 11 de noviembre de 2008
lunes, 10 de noviembre de 2008
¿Dónde me siento? - Crónicas de autobús
Para situarnos: Miranda de Ebro, 9 de noviembre de 2008. Un frío que pela y nosotros en la trasera del Land Rover sentados esperando el bus. Es una parada rara la de Miranda, en medio de la nada, en frente de una gasolinera, al lado de un hotel. Con un frío a medio camino entre burgalés y vitoriano, y el moco colgando.
Ahí que estábamos felices de parloteo, comprando unas patatas para el viaje, unos chicles, con la botella de agua llena y con lectura más que suficiente (After Dark, de Haruki Murakami, gracias James). Cargado como un burro, dejo la maleta abajo y me subo el portátil y la cámara. Me despido y escaleras arriba llego al bus. Busco mi asiento, mi plaza de siempre.
Y busco, y busco, y busco... y al final pregunto "¿Y la 54?". "Nada, que no hay", me responde el de al lado, un tipo grande y piernilargo, "yo tengo la 53". Total que él se sentó en la 50 y yo en la 51, al otro lado. Pensé en ir a hablar con el conductor pero no parecía que el autobús se iba a llenar así que pasé. Acomodé mi ordenador, puse la cámara a buen recaudo lejos de la calefacción y me acomodé yo también.
Para qué buscar un buen sitio lejos de la calefacción si no había. ¡Un frío del carajo! Para qué llevar libro, ¿que la gente quiere leer? ¡Que se lleven un casco de minero con su lucecita, qué monos estarían todos! ¿Que quieres apoyar los brazos? ¡Mejor haz gimnasia y sostenlos 4 horas en el aire! Y así, con un frío polar, si luces y sin apoya brazos, empezó mi viaje de vuelta. ¿No era bastante fastidio ya que fuera domingo? ¡Pues ala ahí!
Dormido me quedé al run-run del autobús y en eso que llegamos a Burgos y en mi empanamiento dominguero había olvidado yo que en Burgos parábamos a recoger más incautos pasajeros, compañeros de desdichas.
Y suben, y suben, y suben... Y se llena el autobús y llegó el momento. "¿Qué plaza tienes tú?", le preguntan al grandullón. "Yo la 53 pero como no hay me pongo en esta, ya ves". Y la señora: "ya, pero es mi plaza y el que no tiene plaza eres tú". Y el gigantón: "ése no es mi problema, señora, que a mí me han vendido una que no existe". Poco amable y ahí quedó embutido en su mini asiento con sus maxi piernas dobladas de manera extraña.
Se sentó al final la señora a mi vera y yo me levanté para hablar con el conductor. Amablemente lo solucionamos todo y la señora, que lo único que quería era un asiento, se trasladó a las primeras filas. El autobús completo y yo el único con asiento doble para mi solito.
Feliz de la vida, reorganicé mis pertenencias y me dispuse a dormir. Y un suspiro de felicidad salió de mi boca mientras el patudo de al lado murmuraba por los bajines. ¿Y qué culpa tengo yo que mido metro y medio de que tú que mides casi 2 tengas que ir embutido? No me afectó su cara de cordero degollado y, por supuesto, ni le ofrecí cambiarle el sitio. Como él dijo, "no es mi problema".
Él, que me veía bajándome del bus mientras se grapaba a su asiento. Él, que pensó que un ataque es siempre una buena defensa. Él, que acabó doblado cual trapillo en un mini asiento de un autobús prehistórico y destartalado. Me reí internamente. Dios me castigará por esto. ¡Je!
viernes, 7 de noviembre de 2008
Caldo de pollo
Mi vida ha cambiado. Se acabaron las largas colas en Carrefour para comprar un par de zanahorias pochas y una lechuga de plástico: el mercado abre hasta las 20 h. Mis manzanas huelen a manzana desde el día que lo descubrí, los tomates a tomate... y siempre tengo naranjas de zumo porque me las regala el frutero. Ya es mi amigo. Estoy también en vistas de hacerme colega del de la pollería. He conseguido que me dé 2 esqueletos de pollo en vez de uno. Ahora sonreiré para conseguir un hueso con algo de carne para que mi caldo tenga más sustancia. Siempre me acuerdo del cuento de la sopa de piedra cuando pienso en el caldo.
Compré zanahorias, compré pechugas de pollo y por eso me dieron el esqueleto merecido y el regalado, compré cebollas, compré verduras, compré frutas y las naranjas de zumo por mi cara bonita. Y con toda la compra, volví a casa feliz como hacía tiempo. Carrefour me quita la alegría. ¡AH! ¡Y vaya aguacate! El señor aguacate, grande, verde, tierno... en su punto. Mis ensaladas nunca volverán a ser las mismas.
Ingredientes para el caldo de pollo:
- Esqueleto/s (a mí me daban dos) de pollo
- Hueso con carnecilla pegada (en su ausencia, poner imaginación)
- Zanahorias al gusto
- 1 o media cebolla (pelada y en gajitos)
- Agua
- Sal
Y así, tan sencillo.
Llegué a casa y puse una cazuela (grande) con agua (importante que sea fría). Metí los esqueletos, las zanahorias, la cebolla y el ausente hueso (hice como que lo metía, quien no se consuela...) y encendí el fuego a tope. Al principio hay que ponerlo al máximo para que hierva cuanto antes. Luego cuando lleva un rato burbujeando hay que bajarlo para que siga pero con más calma.
Que no os pase como a mí, me lié y cuando volví a la cocina estaba todo inundado de caldo de pollo. Caldo de pollo por todas partes.
Total, que lo bajas y ahí lo dejas (plop, plop, plop). Cuanto más tiempo, mejor se hace -yo lo tuve hora y media a fuego lento- y cuanto más tiempo, más concentrado te sale. Es decir, que cuando te apetezca y te guste, lo sacas del fuego.
Ya lo tienes fuera, pues lo cuelas, le echas sal y lo dejas reposar. Si te gusta con grasa, lo dejas enfriar sin más y si quieres quitarle la grasilla pues lo puedes poner en la terraza para que se enfríe antes y luego quitas la capa de grasa que se queda por encima.
Una vez hecho esto, lo pones en botes y lo puedes congelar o dejarlo para el día siguiente o para lo que quieras, no te voy a decir yo para qué quieres un caldito...: para un arroz caldoso, para una paella, para un caldito sin más, para consomé... con Tío Pepe, con estrellitas, con letras, con fideos, con yema de huevo, con jamón... Para los papás, para los hijitos, para los abuelos... Para todos.
Con la receta de mi madre. O de mi abuela. Supongo que de mi abuela o de la madre de mi abuela. O de la madre de la madre de la... O de todas. Cada uno hace suyas las recetas que cocina. Yo nunca las sigo al pie de la letra, sobre todo porque siempre me falta algún ingrediente y añado otros que tengo que usar para que no se me caduquen... La próxima vez no se me olvidará el hueso.
¡Que aproveche!
miércoles, 5 de noviembre de 2008
El vaso saltarín y la inglesa gigante
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Fue en Londres, en la fiesta de Halloween. Era divertido ver a la paquiderma dar saltos como si se creyera gnoma y pequeñita. Era divertido verla coger la columna como si estuviera en una barra de striptease, contoneando su poderoso trasero -por grande- al son de un ritmo desconocido para el resto. Era divertido hasta que la inglesa gigante cayó sobre mí con todo su peso.
Acabé rodeado por sus brazos recibiendo sus disculpas de borracha y las risas que se le escapaban. A ella y a sus amigas-de-talla-normal-. Visto desde fuera tenía que ser gracioso. Ella debía ser sin duda la tipa más grande del bar y yo el único liliputiense con cojones para meterse en un bar de de gulliveres. Hasta me hizo gracia a mí la imagen. Mucha más que el vaso de cerveza (cerveza inglesa, en vaso más grande, tamaño paquidermo) que me tiraron por la espalda.