lunes, 6 de agosto de 2007

Carta abierta al Genovés

¡Tiempo ha Genovés!

Soy Pirata de palabra honesta; recuerdo el alboroto de la Taberna del Turco más vuestra cara se me antoja difusa. Han sido muchos años los que, a bordo de mi nave, he recorrido mares de todo el mundo y tropezado con tantos bucaneros y corsarios que ni con mil manos alcanzaría a contar. Disculpas os pido por ello.

Más pistas me harían falta para recordar y gustoso os recibiría en mi tripulación puesto que valeroso os debí ver al ofreceros un lugar en ella, aunque fuera tiempo atrás.

Ignoro cuántas mareas esperasteis mi botella y su contenido; tiempo habréis tenido de despediros de familiares y amigos en tierra firme aunque si la sangre pirata circula por vuestras venas, os supongo luchando con bravura en mares orientales o en busca de tesoros milenarios.

Si os place, aquí está ese mensaje embotellado.

Salud, camarada.

Don Ramón de Mielina

12 comentarios:

Anónimo dijo...

No es solo su mirada, genovés, es algo ma´s. Si te enrolas en su tripulacion, manda noticias de vez en cuando.

Anónimo dijo...

Pirata, es una pena que en ese tipo de barcos nos sea vetada nuestra entrada, por contra estaria tremendamente estusiamasda de alistarme en su tripulación para realizar en ella lo que su menester quiera.Ya me comentara si me acepta entre su tripulaíón (La gran amiga de la capitana Morgan "la isla de las cabezas cortadas")

Ramón de Mielina dijo...

Elena nito del bosque, mi tripulación se compone de bucaneros dispuestos a partirse el alma en cada misión, marinos valientes y sin escrúpulos que darían su vida por su capitán.

Fondeamos nuestro barco en las más lejanas aguas que os podais imaginar; a veces echamos amarras en algún puerto pirata o permanecemos en alta mar en busca de tesoros que nunca has podido imaginar. Hace falta valor, fuerza, honestidad...

Si reunís todos estos atributos, con gusto podréis enrolaros en El Alemán; primero bajo prueba y después como miembro de la tripulación, por supuesto.

Anónimo dijo...

Capitan, cuente con el gran esfuerzo por demostrar que tengo todos esos atributos ademas de todas mis ganas y mi gran esfuerzo que hara quedar a muchos de los que componen su tripulacion a la altura del barro.

Ramón de Mielina dijo...

Si lo que decís es cierto, que así sea. Supongo que entonces nada le impedirá entrar a formar parte de El Alemán.

No obstante, deberá mostrar su valía y ganarse el respeto de los demás tripulantes.

No sólo es la palabra del Capitán la que cuenta.

Anónimo dijo...

Si hay ron a espuertas para la tripulación, he aquí un bravo grumete.. :-)) Para lo que su capitán guste mandar ;-)

Anónimo dijo...

ron, ron, la botella de ron...

Anónimo dijo...

Curioso se me antoja volver a saber de vos, pirata Genovés.
Enrolado como estoy desde hace tiempo con mi siempre estimado Capitán Mielina, he compartido con él muchas horas de mar, batallas y tabernas. Como leal y antiguo compañero de tripulación que soy, he de deciros que si bien a vuestra merced le pueden sorprender los vagos recuerdos que tiene mi Capitán del episodio al que os referíais en vuestra última misiva, no habéis de tomárselo en cuenta.
Creo recordar la escena de taberna que narrabais, puesto que aun invisible para los ojos de los no habituales de mi Capitán, siempre me encuentro en la sombra, preparado para lo que pueda acontecer.
Si bien mis dotes con la espada empiezan a fallar, gracias al ron y a las narraciones del capitán he de dar por mi ágil pensamiento. Y por ello os digo que cojáis el mensaje embotellado lanzado desde El Alemán, y tengáis a bien aclarar los detalles que os solicita mi Capitán.
Sabéis tan bien como yo que el Capitán Mielina es merecedor de todos los adjetivos que le dispensan en este nuestro mundo de piratas y corsarios. De todos es sabido su lealtad incondicional hacia su tripulación, y pobre del hombre de mar o de tierra firme que ose a mancillarlos de alguna manera! Habrá de vérselas con su afilada espada.
Vos afirmáis haber sido del agrado del Capitán, aun cuando fuera en una de sus noches de ron en algún puerto lejano. Si os sabéis merecedor de su confianza, hablad abiertamente y no temáis su respuesta, que mi Capitán os hará llegar un nuevo mensaje embotellado al puerto donde hayáis recalado por última vez.
Sin más me despido. Espero encontraros de nuevo enrolado en El Alemán, presto para nuestra siguiente aventura.

El Pirata Gollightly

Anónimo dijo...

Genovés, se valiente, da la cara. la tripulación de don ramón se pondrá en pie contra ti si es necesario!

Anónimo dijo...

Lealtad a don ramón!

Anónimo dijo...

Hola bebe-sin-sed ! Lechuguino ! Holgazano !
Despidete ya de los cantamañanas, de los marineros de agua dulce y los negreros mercantilistas.

Unete, naufragador,
pirata de carnaval, saltimbanqui salvaje.
Al olvidado del mar, le digo, "subete, amigo,
Subete al submarino amarillo."

Anónimo dijo...

Que alegría tener noticias suyas Don Ramón!
¡Oh! Capitán, ¡Gran Capitán! Cuantas veces he soñado en esa botella balanceándose al compás de las olas, llegando al puerto de Génova, y ahora, que ando enrolado en este cascarón de bandera Corsa, me llegan estas gratas noticias que os encuentran, a vos y, por lo que veo, a toda su tripulación en pleno estado de forma, y emprendiendo una nueva hazaña, que a buen seguro añadirá otra muesca de triunfo sobre el timón del formidable Alemán.
Le sobran las disculpas Capitán, por no recordar un incidente menor con un pequeño e insignificante grumete, tan pronto como tuvo lugar el acontecimiento en la taberna del Turco, que tan bien recuerda su fiel contramaestre Gollightly, y del que no cabe duda, que si llega a tener que intervenir desde la sombra, ahora ése francés fanfarrón no tendría manos con las que atarse el cinto, me embarqué en un buque griego que llevaba la dirección de mí añorada tierra.
Al tomar puerto, no fueron gratas las noticias que me esperaban en casa de mí padre, su barco había quedado completamente destrozado, la mala fortuna quiso que fuese a estrellarse en una noche de furiosa tormenta contra las rocas, que como afiladas cuchillas, desgarraron la vieja panza del navío mercante, a duras penas consiguieron poner la vida a salvo él y mí hermano. Como a perro flaco todo son pulgas, después de esta desgracia sobrevino la peste bubónica en mí casa, cayendo mí madre en cama con altas fiebres.
Ante la precaria situación familiar no me cupo otra opción, que la de buscarme sitio en algún buque para poder llevar algo al morral, día y noche anduve paseándome por el puerto ofreciendo mis manos a cuantos patrones allí se encontraban, mientras tanto, siempre preguntaba por la llegada de algún misterioso corsario proveniente de los mares del sur, fueron mucho los galeones provenientes de hacer las Américas, más ninguno proveniente de oriente. Finalmente, fueron tres hermanos corsos, los que se apiadaron de este pobre muchacho y decidieron ofrecerme un puesto limpiando la cubierta del barco.
Zarpamos hace cinco lunas nuevas, y en estos momentos en los que recibo su ansiado mensaje, acabamos de doblar el cabo de las tormentas y hemos puesto rumbo a Eritrea, en donde tenemos planeado llenar las bodegas del buque con seda y especias de contrabando, un cargamento muy preciado en la corte francesa, y por el cual, espero tener una buena paga, de unos cien maravedíes, que permita a mí padre adquirir una nueva embarcación con la que echarse de nuevo a la mar, y medicamentos que puedan salvar la vida a mí madre, si es que su tiempo no corre más que el velero corso en el que me encuentro.
Aprovecho la ocasión que me brinda esta carta, para comentarle los prestos conocimientos en navegación que está adquiriendo este aprendiz, ya no me son extrañas luciérnagas, las estrellas del firmamento, sino candiles que guían nuestro barco en la oscuridad, y los vientos, con sus diferentes tonos y olores, ya me anuncian con antelación la próxima llegada de una tormenta, o de jornadas interminables sin sobras en el horizonte.
En estos meses de travesía, son muchas las historias de legendarios y temibles marinos las que han escuchado mis oídos; la del Gran Califa de Marrakech, con su galera infernal llevada por cuatrocientos remeros Masais, fornidos guerreros del África negra, la del príncipe de los Tuaregs, cuentan que fueron capaces de atravesar el mar Mediterráneo sin agua, con la sangre de tortugas como única bebida que llevarse a sus agrietados labios, la del rey león, con un séquito de mil pigmeos que harían temblar a la mismísima armada invencible si aún siguiese a flote.
De todas estas leyendas, oso llamarlas así, puesto que muchos de los hombres que las relataban jamás tuvieron la ocasión de verse a cara descubierta con tan legendarios marinos, la que más impresiono, a mí, y al resto de la tripulación fue la que me fue relatada estando nuestro velero fondeado en el golfo de Guinea. Sucedía esto en la época de las lluvias tropicales, estábamos repostando víveres en puerto y se decidió dar tres días a la tripulación para estirar un poco las piernas en tierra.
La primera noche la pasamos en la posada sombría, vieja taberna del puerto guineano, con las maderas enmohecidas por la humedad, ésta, era regentada por un Nubio mudo, su legua había sido cortada años atrás por el mismo Barbarroja, su pecado, defender la dignidad de su hija cuando cuatro bucaneros ebrios intentaban sobrepasarse, en la trifulca, dos de ellos perdieron la vida bajo los mandobles del poderoso guerrero africano, en consideración con la bravura demostrada, el cruel Barbarroja le perdonó la vida al Nubio, y ninguno de sus hombres osó poner una mano sobre su hija, más su lengua fue cortada, en un vano intento de que no quedase prueba de la muestra de debilidad del temible pirata con un valiente adversario.
Pues bien, nos encontrábamos degustando una jarra de cerveza, cuando en el umbral de la puerta, una misteriosa silueta hizo aparición, llevaba encima una capa larga que cubría su rostro, mas un aura de misterio embargó el ambiente, situándose a escasos pies del lugar de la barra que ocupábamos, hizo una seña al mudo y con presteza se le sirvió una jarra del mejor ron de la casa. Volvimos a ocuparnos en nuestras historias pasadas del viaje, cuando uno de los hermanos corsos comentó que había oído hablar de un pirata, que a lomos de su corsario, había recorrido todos los mares y océanos, que su barco era más rápido que el viento y, que con el nombre Alemán lo habían bautizado, él, y su fiel tripulación, temidos ellos en todos los confines, entonces les referí mí historia acontecida tiempo atrás en la taberna del Turco, no había terminado aún de contarla, cuando la misteriosa figura que se encontraba a mis espaldas, con un ligero toque en el hombro me señaló el camino de la puerta, anonadado miré al posadero, el cual, con un gesto franco de asentimiento, me decidió a seguir a tan extraño personaje.
A lomos de un elefante nos adentramos en la espesura de la jungla, habríamos recorrido la distancia de tres leguas marinas cuando a una orden de su amo, los elefantes hincando rodilla nos depositaron en el suelo, nos estaban esperando tres sirvientes que presurosos nos ofrecieron un refresco de sabor exuberante, una vez llevado a los aposentos de mí misterioso anfitrión, se deshizo de su capa y mostró su rostro. ¡Se trataba de mismísimo Simbad el Marino! Mis ojos no podían creerlo, Simbad, conocedor de todos los rincones del océano Índico, había prestado servicio en más de una huida a Don Ramón de Mielina, por tanto, consideró a un humilde servidor, merecedor de su hospitalidad si se trataba de alguien que era del agrado del susodicho pirata.
No faltaron a la mesa las vituallas y exquisiteces de los cuatro continentes, en especial una compota de frutas tropicales con un extraño sabor a albaricoque que hacía peder el sentido, durante la cena, Simbad relataba una tras otra, todas las hazañas que había conocido de Don Ramón, la que más impresión le causó, fue cómo se ganó el respeto del Sultán de Bombay.
Sucedió que, estando el Sultán de caza, fue raptada en el palacio su única hija, el secuestro fue obra del mal nacido bucanero Jak el Tuerto, temible Inglés que con su crueldad extrema había sembrado el pánico años atrás en el estrecho de la mancha. Conmocionados por la amargura que se podía reflejar en los ojos del Sultán, Don Ramón, acompañado solamente de dos de sus más leales marinos, se decidió a ayudar al Indio en la recuperación de su hija.
Partieron pues, al anochecer, el contramaestre Gollightly y Bartolomé el indomable junto a Don Ramón, para no ser descubiertos por los centinelas de la isla donde se hallaba capturada la chica, se aproximaron por mar, encaramados a unos maderos, seis horas pasaron en el agua hasta llegar a la orilla. Con la agilidad de dos gatos monteses, Gollightly y Bartolomé, con rápidos movimientos de sus gumias, rebanaron el pescuezo a los piratas que junto a una hoguera hacía guardia. Una vez despejado el camino, Don Ramón insistió a sus compañeros que le esperaran en la ensenada opuesta prestos para la huida, el sólo, se adentró en la espesura de aquella isla y regresó al punto donde había quedado con sus compañeros, portaba en sus brazos a la hermosa hija del Sultán. Nunca se supo cómo había logrado tamaña hazaña, se decía que Jak el Tuerto jamás cerraba el ojo que le quedaba útil, y que sus ratas de agua eran los más feroces piratas salidos de Inglaterra, dejó a todos con vida, mas en pocas ocasiones se ha vuelto a ver el corsario de Jak el Tuerto surcando los mares del sur. Al llegar al palacio, fue tal el alborozo del Sultán al ver a su hija sana y salva que obsequió a Don Ramón con un enorme cofre, lleno de doblones de oro, diamantes y esmeraldas como nunca han visto los ojos del mejor joyero de Rótterdam.
Fueron esta y otras muchas la historias que tuve ocasión de escuchar durante la cena en la morada de Simbad, al llegar a los postres, me fue ofrecido un extraño brebaje que me dejó en trance, al despertar del sueño, me encontraba a lomos de un enorme elefante camino de la playa sin poder recordar el camino a los aposentos de Simbad, estaba esperándome la tripulación con caras de preocupación, habían transcurrido dos días desde que saliese de la taberna del mudo. Simbad, por precaución, y para salvaguardar el misterio de su morada me había sedado y yo, había pasado más de un día dormido.
Ahora que voy conociendo cada vez más su historia Capitán, más me convenzo que tuve el placer de estar frente a una auténtica leyenda de los mares, pronunciar su nombre no deja indiferente a ningún marino en cualquier puerto donde se esté, menos aún a su tripulación.
Siento la despedida Capitán, mas esta misiva llega a su final, no sé cuando estaré de regreso en el puerto de Génova, espero coger los buenos vientos otoñales para estar dispuesto a hacerme de nuevo a la mar, ahora nos adentramos en aguas peligrosas que nos obligarán a no dejar pistas y navegar de noche, si es que queremos llegar con vida a Eritrea, quizás allí, me aliste en una de las caravanas de camellos que cruzan Sudán, coger allí un velero, y así poder estar antes en mí añorada tierra.
Desde aquí mando uno afectuoso saludo al resto de la tripulación del Alemán y, si con estas manos puedo bregarme como uno más, aseguro ser noble así me cuelguen de los juanetes si rompo mí palabra.
Que esta carta os coja con bueno vientos el la gavia.
Afectuosamente.
El Genovés