martes, 22 de mayo de 2012
Susana
Susana viene a mi casa cada jueves y se pelea con las pelusas que he ido acumulando durante la semana a las que he ido incluso cogiendo cariño. Susana llega puntual a las cuatro de la tarde cuando yo estoy en esa hora crítica en la que uno no sabe si irse a patear Madrid huyendo de la pereza o lanzarse en el sofá y dormir a pierna suelta. Es abrirle la puerta y acabarse la tranquilidad. Excesiva toda ella, Susana es una mujer grande. Cuando digo grande, digo alta, digo entrada en carnes -que no gorda-, digo con el pelo rizado, largo y cardado... Se ríe como cabe esperar de una mujer de su tamaño y su tono de voz es grave como el de un hombre. Ha tenido varios hijos y yo sólo puedo imaginármelos vestidos de soldados... su casa debe de ser como un cuartel del ejército. A la voz de "¡arriba!", todos en pie y ¡ay del que se despiste! Me cae bien Susana, claro que gracias a ella aprovecho más las tardes porque según viene a mí me dan ganas de irme corriendo; es como tener una segunda madre. Todas esas preguntas (qué hiciste el fin de semana y con quién, por qué no está hecha la cama, anda que no acumulas porquerías en la mesa, pero qué es esto que has tirado, cómo no metiste el pollo en el frigorífico...) me las hace de corrido y casi sin esperar respuesta por mi parte. Entonces farfullo un par de excusas, ella me da un pescozón y yo salgo huyendo de ese torbellino de mujer bienintencionada que me quiere y atosiga por partes iguales. Esa locura de amor por mí viene desde que nos conocimos, hace ya años, cuando yo tenía 15 años y apareció de buena mañana en casa de mi madre. Igual de grande, igual de ruidosa y con yo recibiendo los mismos pescozones. Ahora se ha convertido en espía y facilitadora de comunicación para mi madre; confabulan ambas los viernes que es cuando Susana va a la casa de mamá. Puedo imaginármelas riéndose de cómo a mis más de treinta años sigo haciendo las mismas cosas que cuando era un imberbe adolescente. Susana y yo tenemos diferente sentido del orden y tenemos una lucha encarnizada y silenciosa, a modo de guerra fría, de la que no hablamos pero que nos pone de los nervios a los dos, claro que ella tiene la sartén por el mango. Por ejemplo, yo considero que los cuchillos tienen que estar en el segundo hueco del primer cajón de al lado del horno; Susana no lo sé, porque desde hace un mes pierdo a razón de un cuchillo cada semana, casualmente los jueves es cuando suelen extraviarse. No le pregunto por orgullo, porque sé que me dirá "en su sitio". El otro día día, sin ir más lejos, desapareció la alfombrilla del baño. En mi casa hay un baño completo y un aseo. Susana considera que la alfombrilla está mejor en el aseo, vete tú a saber por qué. El caso es que estuve dos semanas hasta que la encontré. Y así con todo; el salero, las revistas, el papel higiénico, las camisas, los manteles... Creo que ella disfruta haciéndome estas pequeñas perrerías sin importancia. No tengo una madre, tengo dos; y la segunda se toma muchas más licencias que la primera porque, no siendo mi madre verdadera, sabe que nunca le diré nada. De todas maneras y a pesar de todo, me gusta tener dos madres. Qué es un cuchillo a la semana. Algún día los encontraré todos y podré poner una tienda.
domingo, 20 de mayo de 2012
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