Es difícil pero no el primer día sino todos los siguientes del principio aunque no lleven a nada. Es la inseguridad de si le gustaré tal y como soy, si se reirá con mis chistes tontos, si querrá volver a verme, si le pareceré interesante. Es difícil esperar una llamada, un mensaje, un mail, un comentario en Facebook. Es difícil ver que un día no llegan y al siguiente tampoco y así durante una semana. Es difícil sentarte frente a frente a decir lo que sientes y a escuchar lo que no quieres oir. Aguantar las lágrimas, ésas que sabes terminarían con todo el atractivo que pudieras tener, ésas que arrastrarían toda la dignidad. Aguantas cuando quieres llorar a moco tendido y que te entiendan, que te consuelen. Es difícil fingir en eso y sonreír mientras dices, por supuesto, nadie podría enfadarse por esto, es la vida, no pasa nada, y te despides con dos besos y alguno más. Guardas tu dignidad pero te han delatado varios detalles, como que te temblara la mano al coger la copa o que tuvieras que callar y hacer como que buscabas algo en la cartera mientras intentabas poner freno al torrente. Has aguantado el tipo y de nada ha servido. Llegas a casa y lo primero que querrías hacer es llamar y suplicar. No lo haces, pero lloras. Lo peor de todo es que, en el fondo, sabes que es lo mejor. Ahí está el chiste.