lunes, 27 de octubre de 2008
miércoles, 22 de octubre de 2008
La culpa la tienen Adán y Eva
Tan felices que estaban allá en el Paraiso, con sus flores, sus frutas y sus animalitos correteando a su alrededor... y la fastidiaron. No tenían nada mejor que hacer que ir a coger la puta manzana. Por muy roja que fuera aquella, por mucha serpiente enroscada al tronco, por muy hipnotizante que fuera su mirada... ¿no podían haber cogido una pera? ¿Uvas...? Seguro que tenían hasta papayas -y nosotros importando-.
Porque si no fuera por ellos yo hoy no tendría que estar aquí en mi oficina. "Ganarás el pan con el sudor de tu frente", dijo Dios.
Una maldición. El trabajo es una maldición.
Yo quiero pasearme desnudo por el Edén, dando saltitos de alegría, comiendo todas las frutas que quiera (menos manzana, coño, ¿tan difícil era?), siempre morenito, buen tiempo, procreando sin tener que pensar en si les hago una putada a mis hijos trayéndoles a un mundo de mierda en el que invertirán el 80% de sus vidas trabajando.
Además, ¿quién en su sano juicio elegiría una manzana teniendo fresas, frambuesas, uvas dulces...?
Yo quiero ser Adán. A Eva que la jodan. Ella cogió la manzana.
Porque si no fuera por ellos yo hoy no tendría que estar aquí en mi oficina. "Ganarás el pan con el sudor de tu frente", dijo Dios.
Una maldición. El trabajo es una maldición.
Yo quiero pasearme desnudo por el Edén, dando saltitos de alegría, comiendo todas las frutas que quiera (menos manzana, coño, ¿tan difícil era?), siempre morenito, buen tiempo, procreando sin tener que pensar en si les hago una putada a mis hijos trayéndoles a un mundo de mierda en el que invertirán el 80% de sus vidas trabajando.
Además, ¿quién en su sano juicio elegiría una manzana teniendo fresas, frambuesas, uvas dulces...?
Yo quiero ser Adán. A Eva que la jodan. Ella cogió la manzana.
lunes, 20 de octubre de 2008
viernes, 17 de octubre de 2008
Lo que tenga que ser...
Soy el Willy Fog del pensamiento. He viajado por todo el mundo. De hecho en noviembre y diciembre ya he estado en Argentina, en Japón, Nueva York, Berlín... Y me he mudado a Barcelona, a Londres, a Bilbao, a Berlín, a Milán... He dado más vueltas que una peonza... mentalmente.
Soy de esos. De los que venden la piel del oso antes de cazarlo, de los que hacen las cuentas de la lechera, de los que se agobian -y celebran- todo antes de tiempo.
Parece que, después de 5 meses, las cosas se van aclarando. La piel estaba bien vendida y las cuentas bien hechas -aunque con retraso-.
Sin riesgo no hay éxito. Estoy feliz.
Soy de esos. De los que venden la piel del oso antes de cazarlo, de los que hacen las cuentas de la lechera, de los que se agobian -y celebran- todo antes de tiempo.
Parece que, después de 5 meses, las cosas se van aclarando. La piel estaba bien vendida y las cuentas bien hechas -aunque con retraso-.
Sin riesgo no hay éxito. Estoy feliz.
miércoles, 15 de octubre de 2008
La Guerra de las 8.30
Cada mañana lo mismo. Estás casi seguro de que el despertador sonó, de hecho, soñaste que te levantabas, te duchabas y salías de casa… pero no. Ahí sigues ahí tirado en la cama, diciendo “5 minutos más”. Cinco minutos que se convierten en 15, 20… media hora… Y se acabó el tiempo de colchón que te dejas cuando pones el despertador. “¡Dios mío! ¡¡Me he vuelto a dormir!!”. Una ducha rápida, coges lo primero que pillas en el armario sin acordarte de que tienes una reunión importante (y tú en vaqueros…), coges un par de galletas María y sales corriendo, con el pelo mojado (mañana un buen catarro). Llegas corriendo al metro, saltándote todos los semáforos en rojo, jugándote la vida (deberían valorarlo).
El metro, la verdadera guerra. Señoras entradas en años que se creen las dueñas del mundo y empujan con los codos abiertos, niños petardos que lloran porque no quieren ir al colegio, adolescentes con mochilas que ni el mejor levantador de piedras, ejecutivos cagaprisas… Y tú en medio de todo preguntándote por qué coño no eres el hijo de Bill Gates.
Te sientes medio sardina, medio Vicente. No puedes salir de la corriente casi ni para bajar a tu andén, te llevan arrastrándote por los pasillos del metro y cuidado no te descuides que puedes acabar de vuelta en casa sin saber ni cómo llegaste. Bendito metro.
Sales, hace ya temperatura invernal pero tú ni sientes ni padeces. Empiezas a quitarte abrigo, jersey… Y del metro a la oficina terminas de rematar la jugada para asegurarte de que, sí, mañana (casualidad, mañana es sábado) estarás griposo. Poco a poco recuperas las formas de tu cuerpo. Te deshaces de la marca del codo de la gorda tetona en tu costilla derecha, de la esquina del maletín del engominado en tu pantorrilla izquierda, de la patada del mocoso en la espinilla… Vuelves a ser tú.
Llegas al torno, vas a pasar la tarjeta y ¡sorpresa! te acuerdas de que te la dejaste en casa, justo al lado de las llaves de casa, que también has olvidado. Te acreditan y consigues entrar. Llegas a tu sitio, dejas las cosas y entras en la cocina, necesitas un café. ¿Cómo es posible que haya 20 personas metidas en 8 m2??! Pues sí, ahí están todos. Y tú con tus legañas y tus pocas ganas de hablar te vuelves a tu silla, enciendes el ordenador y haces tiempo. Terminan y vuelves en busca del café salvador. No es tu día de suerte, la marabunta se ha acabado el café, la leche… ni un triste azucarillo que chupar.
Odias a todos, odias el mundo. Y odias tu adicción al café por las mañanas. Buenos días.
El metro, la verdadera guerra. Señoras entradas en años que se creen las dueñas del mundo y empujan con los codos abiertos, niños petardos que lloran porque no quieren ir al colegio, adolescentes con mochilas que ni el mejor levantador de piedras, ejecutivos cagaprisas… Y tú en medio de todo preguntándote por qué coño no eres el hijo de Bill Gates.
Te sientes medio sardina, medio Vicente. No puedes salir de la corriente casi ni para bajar a tu andén, te llevan arrastrándote por los pasillos del metro y cuidado no te descuides que puedes acabar de vuelta en casa sin saber ni cómo llegaste. Bendito metro.
Sales, hace ya temperatura invernal pero tú ni sientes ni padeces. Empiezas a quitarte abrigo, jersey… Y del metro a la oficina terminas de rematar la jugada para asegurarte de que, sí, mañana (casualidad, mañana es sábado) estarás griposo. Poco a poco recuperas las formas de tu cuerpo. Te deshaces de la marca del codo de la gorda tetona en tu costilla derecha, de la esquina del maletín del engominado en tu pantorrilla izquierda, de la patada del mocoso en la espinilla… Vuelves a ser tú.
Llegas al torno, vas a pasar la tarjeta y ¡sorpresa! te acuerdas de que te la dejaste en casa, justo al lado de las llaves de casa, que también has olvidado. Te acreditan y consigues entrar. Llegas a tu sitio, dejas las cosas y entras en la cocina, necesitas un café. ¿Cómo es posible que haya 20 personas metidas en 8 m2??! Pues sí, ahí están todos. Y tú con tus legañas y tus pocas ganas de hablar te vuelves a tu silla, enciendes el ordenador y haces tiempo. Terminan y vuelves en busca del café salvador. No es tu día de suerte, la marabunta se ha acabado el café, la leche… ni un triste azucarillo que chupar.
Odias a todos, odias el mundo. Y odias tu adicción al café por las mañanas. Buenos días.
martes, 14 de octubre de 2008
viernes, 10 de octubre de 2008
martes, 7 de octubre de 2008
lunes, 6 de octubre de 2008
Snow Show
Me gustó la música, la expresividad de los actores... digno de Charlot.
En Madrid y Bilbao.
miércoles, 1 de octubre de 2008
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