domingo, 2 de septiembre de 2007

Ramón en China (II)

DÍA 1: HONG KONG, LA CIUDAD-PUEBLO

Retiro lo dicho en anteriores posts. Hong Kong no tiene nada que ver con Nueva York. ni siquiera si ampliáramos el barrio chino de ésta hasta multiplicarlo por cinco. Es una ciudad que se supone una "gran ciudad" (y de hecho lo es) pero que no da la impresión de tal (utilizan troncos de bambú como andamios...).

De momento sólo hemos estado un día en HGK aunque ya tengo las primeras impresiones, sobre todo porque hemos estado practicamente todo el rato con gente que vive aquí y que nos va contando cómo es esto. En este sentido, nuestro turismo va a ser un poco atípico. Probablemente nos dejemos cosas de las que salen en la guía sin ver y, en cambio, conoceremos más cómo se vive aquí realmente.

A lo que iba. Hong Kong. Una ciudad que impacta. Esperas encontrarte rascacielos y grandes avenidas llenas de centros comerciales y arboles y te encuentras una ciudad caótica llena de cuestas, puentes y pasadizos con escaleras mecánicas y miles de puestecillos. Después están los rascacielos. Impresionantes. Es lo primero en lo que te fijas cuando llegas en el express desde el aeropuerto. El contraste a ras de suelo es increible entre los enormes rascacielos y los pequeños edificios llenos de plantas y terrazas de bambú con sus mil tipos distintos de aires acondicionados colgando de sus ventanas.

Parecen dos mundo paralelos. Por un lado, todo lo que se mueve en torno a los negocios extranjeros y chinos en auge y, por otro, los locales -chinos menos pudientes y minorías (musulmanes, filipinos...)- que viven entre callejones imposibles y escaleras que llevan a tienduchas escondidas. Todo parece sucio en este submundo y todo huele a una mezcla de especias y jabón, todo reconcentrado. Un calor asfixiante y sus estrechas calles no ayudan a que el ambiente sea menos agobiante (además de su ritmo frenético día y noche, la conducción de los coches y los taxistas, etc, etc, etc.).

Después una larga jornada en HGK, hubo muchas cosas que me llamaron la atención pero sobre todo la indiferencia con la que se tratan locales y extranjeros; es algo que se me ha quedado grabado. Conviven pero da la sensación -así, a primera vista- de que hay un desprecio mutuo en el fondo de esa relación (forzada, en mi opinión). Unos y otros se valen de la ventaja (ahí los chinos ganan) de que muchas veces es imposible entenderse si no es en inglés y lo aprovechan para desquitarse y reirse de los otros sin que se enteren. Aunque sólo hace falta ver la ironía (y las risas) en sus caras para deducir que no están alabando tu corte de pelo -y viceversa-.

Parece superficial pensarlo siquiera pero siempre que me cruzo con una pareja occidental-chino se me pasa por la cabeza la palabra "amante" o "prostituta". Evidentemente no será así en muchos casos. La descripción que me han dado de las chinas amigos que viven aquí no ayuda demasiado a mi imaginación. Me hablan de su sumisión, de su piel suave como la seda (china), de su gusto por los objetos de lujo (por supuesto de marca, en HGK no utilizan falsificaciones) y su predilección por los occidentales. No puedo evitarlo. Seguiré pensándolo aunque sea un prejuicio tonto.

Cuando comenzamos el día -con hambre de HGK-, la ciudad estaba tranquila (relativamente) y casi sólo nos encontramos con chinos por la calle. Fue hacia las siete de la tarde cuando HGK se convirtió en un hervidero de corbatas, maletines y trajes de chaqueta que salían de las bocas de metro con las prisas propias de las grandes ciudades. Ahí fue cuando comprobamos lo que nos habían dicho de que casi era imposible andar por las aceras sin empujar al de delante. También vimos dónde estaba ese 60% de extranjeros del que hablan.

Sólo ha sido una primera aproximación a HGK, sin seguir guía alguna más allá de los consejos de amigos que viven en la ciudad. Suerte que es una ciudad 24 h. y hemos aprovechado hasta el último minuto.

Hicimos lo posible para evitar el Jet-Lag. Fuimos a cenar a un tailandés con comida extra-picante y comida exótica. Terminamos la noche en los bares hongkoneses donde chinos y extranjeros se juntaban, si bien es cierto que eran chinos "extranjerizados", si es que se puede decir así. No estuvo mal la noche y olvidé mi catarro por un rato. Curioso cómo bailan los chinos, cómo las chinas se dejan deslumbrar por los occidentales y cómo corre el alcohol.

Volvimos ya de madrugada casi con el tiempo justo para salir hacia el aeropuerto rumbo a Beijing.

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