Últimamente veo pocas obras que me llenen. Pocas obras que me hagan reir. Pocas obras que me hagan llorar. Y menos que me hagan pensar. Huevo tiene un poco de todo, pero, sobre todo, tiene el mérito de haber hecho que alguien como yo, poco ducho a tener los pelos punta ni la emoción a flor de piel, haya notado un escalofrío y haya pasado de la risa sincera, a la risita nerviosa, a los ojos vidriosos que se disimulan con una tos a tiempo.
Ya había visto alguna obra de Íñigo Díaz Guardamino (director y autor del texto de la obra) -a última en microteatro- y me declaro, a partir de este jueves que vi Huevo, fan absoluto y sin condiciones de todo lo que haga.
Siempre hay lugar para el humor -humor negro muchas veces- pero no deja ocasión de lanzar mensajes -que no siempre el espectador capta-, de jugar con los sentimientos del público y de sorprender. Con Díaz Guardamino nada es lo que parece, en todos los sentidos.
Actriz versátil, curiosa voz pero modulada adecuadamente... en resumen, perfecta. Él, no tanto, más al estilo de Al Salir de Clase, esa hornada de actores que copan, muy a mi pesar, los papeles de todos los medios gracias a los productores ávidos de nombres que den brillo a su obra. De ese estilo pero algo mejor, a ratos me enganchó, a ratos no. Le daría un seis y medio, no más.
La escenografía, sencilla y multiusos, está perfectamente pensada y encajada, lo mismo que los elementos que entran y salen, aunque la mayoría permanecen todo el rato en escena pero cambian de función. Lo mismo que los dos actores, que van pasando de un papel a otro y, aún viéndoles los mismos, les tomas por otros. Me gustó la sencillez de la puesta en escena y la ratificación de que no hacen falta grandes presupuestos para llevar izar el telón de una buena obra.
Obviamente, con una buena campaña de marketing y dinero para el alquiler estaría en el Fernán Gómez o incluso en el Lope de Vega pero, sinceramente, el Centro de Nuevos Creadores, la Sala Mirador, me parece un sitio con muchísimo más encanto, el lugar perfecto para lanzar Huevo. Con el poco presupuesto -el director maneja las luces, la actriz produce y entre todos recogen- Huevo ha demostrado que se puede llenar (porque ha llenado casi todos los días) un aforo sin los presupuestos que se manejan en la Gran Vía, tan sólo con el boca a boca.
Ese mismo boca a boca que va a hacer que vuelvan a llenar cuando repongan en otro teatro, aún por confirmar, en poco más de un mes. También en Madrid, con el mismo reparto, el mismo director y autor a las luces y las mismas ganas de dar de ellos lo mejor cada día. Ahí estaré yo, si no en primera fila -que no me gusta- en la tercera o cuarta.
Lo dicho, si queréis ver algo que merezca la pena, ved Huevo. Hasta mañana domingo, pero en nada en otro teatro. Atentos a la información de carteleras y a los nuevois movimientos del director.