jueves, 30 de julio de 2009

A santo de qué...

Ya lo dije en otro post pero... ¿por qué coño no se conformó con una pera? O una sandía... en verano refresca mucho... Dios... ¡Manzana! ¡El fruto de la desgracia! Así que gracias a ella aquí estoy trabajando, lo que me lleva a la desesperación. Desesperación por no entender de qué coño va todo esto, rodeado de intrigas propias de palacio medieval, andando con pies de plomo y sellando mi boca, mientras intento oir y ver el máximo posible. En el fondo no es todo tan difícil o no debería, claro que las luchas de poder siempre fueron una mierda. Y los trepas. Los trepas si que son basura pero, sobre todo, son los chupaculos los que apestan. A-pes-tan. También la gente que dice que te mandará una presentación urgente que llevas reclamando semanas y nunca la manda... los hay que son más "inteligentes" y te dicen que quizás el mail no te llegó o que te estuvo llamando al móvil durante días sin obtener respuesta... Todo esto valdría si los mails no llegaran siempre o si mi móvil no fuera una extensión de mi mano. Vamos, que no cuela. Aquí estoy, desesperado urgando en mi interior para ver si encuentro la vocación que me haga dejar todo esto y meterme en un monasterio budista en busca del sentido de la vida.

martes, 28 de julio de 2009

Kafka en la orilla

De estas tres versiones de la portada, me quedo con la última. Quizá sea porque me gustan los gatos (he de reconocer que me salté algunas páginas del libro por este mismo motivo) y porque me gustan las portadas limpias. Mi libro tenía la tapa primera.

Es curioso "Kafka en la orilla". Es un libro que uno no sabe bien si tomarse a risa o en serio, pero lo más curioso de todo es que, al pasar las páginas, uno acaba creyendo todo lo que el tipo relata a pies juntillas. Sigues pasando las páginas y vuelves a creer que todo es una milonga bananera y, al poco, vuelves a ser su más fiel discípulo, y así hasta la última página sin poder despegarte casi ni para ir al baño. Será por aquello de que en lo que a imaginación se refiere, no hay límites, y la noche que lo leí de cabo a rabo necesitaba echar mano de cualquier cosa menos de mi presente. Retomé el placer de leer sin tiempo, de sumergirse en las vidas de los otros y de sentir un vacío triste cuando las páginas se acaban. Kafka Tamura era mi amigo. Yo lo sentía así.
Entrando en materia diré que, a pesar del ilimitado mundo de la imaginación, la mía se acabó en un determinado punto: para mí, Kafka Tamura tiene pinta de guiri; alto, musculoso, un poco tostado por el sol... y rubio. Lo intento una y otra vez y no soy capaz de verle con ojos rasgados y pelo lacio y negro. Cada uno tiene lo suyo.

Haruki Murakami, escritor de moda. ¿Si me gusta? Me gusta, no diré que no. Pero Delibes sigue a la cabeza. De momento no hay nadie, salvo Benedetti, que le haga sombra en mi ranking. Y desde luego, pondré a Murakami en el mismo listado que a Saramago, en la lista de los escritores que no se dejan leer sin antes aprender a leerlos.

Este libro me salvó del aburrimiento y el sueño profundo que a uno le ataca cuando tiene, por narices, que permanecer despierto toda la noche en una estación de tren por motivos que no vienen a cuento.

Un buen libro, un buen regalo. Gracias.

viernes, 10 de julio de 2009

¡VIVA SAN FERMÍN!

Cita obligada todos los años. ¡Por fin!
PD.: ¡Siento la desconexión estas semanas...!